El secreto de la felicidad

El secreto de la felicidad

El secreto de la felicidad

Hace poco leí un artículo titulado “Estudio determina que viajar produce más felicidad que casarse y tener hijos”. Allí, entre otras cosas, se afirmaba que viajar “nos libera la mente, nos relaja y nos renueva, para poder afrontar la vuelta a la rutina de una manera menos estresante”.

Si bien es cierto que diferentes actividades pueden producir en nosotros la sensación de felicidad, pareciera que la vida debería ser una lucha constante a fin de conseguir ese sentimiento casi mágico al que llamamos “felicidad”.

Frente a semejante palabra, emergen inmensas preguntas: ¿Qué es la felicidad? ¿Debemos cumplir una lista de metas para alcanzarla? ¿O se puede ser feliz “a pesar” de todas las cosas malas que nos suceden en la vida? ¿Es necesario decidir entre casarnos y tener hijos o viajar por el mundo para encontrar la felicidad?

En Filipenses 4:6 (DHH), Pablo aconseja: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también”. ¿Estaba él negando la realidad en que vivimos, cargada de molestia, preocupación, tristeza, inquietud, sufrimiento y angustia? De hecho, el apóstol mismo estaba en la cárcel al escribir esto.

Pero el texto de Pablo continúa con la conjunción adversativa “sino” y, a continuación, la sugerencia de presentar todo a Dios en oración. Todo, absolutamente todo lo que nos cause “aflicción” –por pequeño que parezca–, podemos presentarlo ante el Trono de Dios. ¡Él desea darnos una porción de esa paz que tanto necesitamos! Jesús nos promete: “Yo les daré descanso” (Mat. 11:28, NVI). ¿Es posible sentir la paz del Señor aun en los momentos duros que nos toca enfrentar? Sí, lo es.

Finalmente, Pablo aconseja que demos gracias. ¿Hacemos el ejercicio de dar gracias a Dios por sus bendiciones? Aceptemos hoy la invitación de nuestro Padre celestial, que, como a un hijo, desea darnos felicidad, a pesar de lo que nos toque vivir.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2019.

Escrito por Jael Jerez, editora en la ACES.

Volar alto

Volar alto

Volar alto

La experiencia de viajar es fascinante, ya sea en auto, en ómnibus, en tren, en barco, en bicicleta, moto y… ¡ni hablar en avión!

Ver todo desde arriba, con una vista panorámica, agrandando nuestra visión, observando todo en un contexto que nos ayuda a entender mejor la realidad.

Por eso, sería bueno recordar estas “sensaciones de vuelo” a la hora de tomar decisiones, de evaluar situaciones, de pensar una solución o de analizar un problema.

Me di cuenta de que en los momentos de preocupación y angustia debemos volar alto al pensar o tomar decisiones, con toda la amplitud y la altura racional y emocional que inciden en el pensamiento y en las acciones.

Dios nos ha dado capacidades que debemos desarrollar. Escribió Elena de White: “Cada ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad […], la facultad de pensar y hacer. Los hombres en quienes se desarrolla esta facultad son los que llevan responsabilidades, los que dirigen empresas, los que influyen sobre el carácter”.

Volar alto implica ver el problema desde otras opciones mentales, con otra profundidad.

Volar alto me lleva a abandonar mis egos y esquemas mentales, y a explorar otros horizontes posibles.

Volar alto es pensar, es proyectar, es hacer lo mejor de mí en favor del otro, es ser generoso y dar el conocimiento y la riqueza interior que tengo.

Todo ser humano debe darse el lujo de volar alto. De esa forma, su vida tendrá la altura y la dimensión que heredó de Dios.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2019.

Escrito por Eduardo Silva, profesor universitario de Historia, Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina.

La tinta roja

La tinta roja

La tinta roja

Revisaba las carpetas escolares en el aula mientras los niños preguntaban si les iba a poner nota.

Cada tanto, en alguna hoja, la docente había hecho anotaciones para el alumno, a manera de corrección. Todo con tinta roja. Lo primero que pensé fue: ¿Cómo va a usar un color tan agresivo para poner notas?, pero casi inmediatamente me di cuenta de las palabras que bailaban frente a mí:

“Leandro, lo hiciste muy bien hoy, sigue así, y cada día será mejor. ¡Adelante!”

Seguí leyendo cada nota, y me asombré de encontrar palabras positivas en ellas. Era obvio que no estaba regalando elogios porque sí, sino que con intencionalidad estaba motivando a sus alumnos.

Sin embargo, tomé una carpeta que estaba toda sucia por fuera. Cuando la abrí, lo que había adentro no era mejor. Las hojas arrugadas, tachones por todos lados, letra incomprensible, horrores de ortografía… ¡Ahora quiero ver las notitas rojas! ¿Habrá?, pensé. Busqué, y allí estaban. “¡Ánimo! ¡Tú puedes!” Pero, lo que me llamo más mi atención fue la última frase escrita: “Te felicito porque cada día llegas puntual al colegio. ¡Sigue siendo ejemplo!”

Cuando parece que no hay nada bueno por lo cual felicitar, alguien ve más allá y logra encontrar lo que no está tan visible. Mis respetos a esa seño, y a su tinta roja.

La autoestima es fundamental para que seamos sanos emocional y psicológicamente. Cada aspecto de nuestra vida está atravesado por la autoestima. Las palabras que escuchamos nos marcan y muchas veces nos hacen actuar en consecuencia: “No sirves para nada”, “Tu hermano lo hace mejor”, “Tú no puedes”. Así, cargamos en nuestra vida una mirada externa que no nos beneficia, y que nos limita y entorpece.

¿Qué notas escribieron en tu vida? ¿Necesitas un borratinta para aquellas que te han lastimado? ¿Qué te parece si ahora empiezas de cero, en una nueva hoja? ¡Adelante! ¡Tú puedes!

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2019.

Escrito por Natalia Vergara, Lic. en Psicopedagogía y docente (Mat. Nº855). Rosario, Argentina.

¿Promesas olvidadas?

¿Promesas olvidadas?

¿Promesas olvidadas?

¿Te han hecho promesas que no te cumplieron? A mí, sí. Muchas. Crecí como todo niño que cree en las promesas, como cualquier jovencito que se ilusionaba con una palabra. Confié en sonrisas; me creí el “Solo será por un tiempo”, el “No volverá a pasar”, o también el famoso “Te llamaré”.

No conozco tu experiencia diaria ni las páginas que conforman tu pasado. Puede ser que te hayan fallado muchas veces, y puede también que tú hayas fallado muchas veces. Las personas hacen promesas casi a la misma velocidad con que producen basura, sin importar el impacto que esas palabras causan en los demás.

Lee la historia de José en Génesis 39 al 41.

Mirando por la ventana, como esperando algo del horizonte, José debió sentirse decepcionado al ver que el tiempo transcurría y el copero del rey no cumplía su promesa. Al recibir de José el significado de su sueño y la certeza de que sería restituido, este servidor del palacio acordó ayudarlo, hablando con Faraón para que fuera liberado de la cárcel.

Es fácil entender a José cuando te dicen, luego de una entrevista de trabajo, que se comunicarán contigo; o que en una propuesta de negocio tú saldrás ganando; que las cosas van a cambiar o que no te volverán a fallar. Pero, una y otra vez nos damos cuenta de que la gente nos engaña. ¿El resultado? Dejamos de creer. Ya no creemos en promesas, ni confiamos en la palabra de nadie. Ya no creemos en el amor, ni en las segundas oportunidades. Y, si por alguna razón alguien finalmente cumple, sospechamos que “hay algo escondido” o una “doble”.

Estoy seguro de que José se sintió esperanzado luego de hablar con el copero, y esperó que este cumpliera su palabra. También puedo entender, mientras lo veo en mi mente, a un José con una larga barba, entregado a la rutina carcelaria y casi al borde de perder la fe. Pienso que, siendo un ser humano como tú y como yo, José oraba mucho; pero también tuvo momentos de ansiedad, tristeza, melancolía y desesperación.

Sin embargo, cuando la noticia de la liberación llegó a sus oídos, José puso a un lado sus rencores, sus temores y sus frustraciones, y decidió confiar en Dios. ¡Y tú conoces el resto de la historia!

Recuerda: estás en las manos de Dios, no en las de los hombres. ¡Confía en él!