La ciudad del fin del mundo
Lecciones de un viaje.
En uno de mis últimos viajes antes de la pandemia tuve el agrado de conocer la ciudad de Ushuaia, en la provincia de Tierra del Fuego, Argentina. Esta ciudad se ubica al sur del país y se la considera la ciudad más austral de la Argentina. Por eso le dicen “la ciudad del fin del mundo”.
Se trata de un lugar rodeado de montañas, con una calle principal donde se encuentran los grandes negocios. La vista es hermosa, y además tiene un lago enfrente. Hay varias atracciones turísticas para visitar, y muchos cruceros se detienen allí antes de seguir viaje a la Antártida.
Por otra parte, tiene grandes bellezas naturales, como el Cerro Castor, el Parque Nacional Tierra del Fuego, el Canal Beagle y el Glaciar Martial. Durante las visitas guiadas, aprendí que la provincia se llama Tierra del Fuego por las fogatas que los nativos hacían para combatir el frío y que los marineros divisaban desde la costa. Pensé en cómo una fogata podía aportar mucha luz y calor en la inmensa oscuridad. Como cristianos, la Biblia nos invita a ser la luz que el mundo necesita para conocer las maravillas de Dios. “Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: ‘te he puesto para luz de los gentiles, a fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra’ ” (Hech. 13:47).
Además, tuve el gusto de visitar el presidio, que se encuentra en las afueras de la ciudad. Este lugar estuvo en funcionamiento por varias décadas, y albergó a los más peligrosos criminales del país. Para mi sorpresa, descubrí que en una época los reos no pasaban todo el día encerrados en las celdas, sino que hacían distintas actividades de recreación como tocar en una banda, hornear pan y proveer electricidad al pueblo. Esto benefició a toda la ciudad. Reflexioné sobre la posibilidad de cambiar una mala situación, como estar preso, en algo maravilloso, como crear una ciudad moderna. Por más terrible que sea nuestra situación, Dios tiene el poder de cambiarla y que sea una bendición: “Jehová tu Dios cambió la maldición en bendición, porque Jehová tu Dios te amaba” (Deut. 23:5).
Algunos presos también salían al bosque todos los días a recoger leña para hacer funcionar las máquinas y construir caminos. En principio iban a pie, y luego se compró un ferrocarril para facilitar el transporte. Este tren es el denominado “El tren del fin del mundo”, y me sorprendió ver lo bien que se conserva; ahora es una atracción turística. El paseo es maravilloso, y se puede ver el bosque donde iban los presos, y una cascada de agua que desciende de la montaña. El tren termina dentro de un parque nacional y es posible descender y caminar un rato. Se puede recorrer senderos y ver la flora y la fauna del lugar. Me sorprendió ver un pájaro carpintero, con su cresta colorada. Era la primera vez que lo veía en vivo y en directo. Era muy pequeño, y tenía hermosos colores. Sabemos que, aunque estos animales no trabajan ni recogen en graneros, Dios cuida de ellos y les provee de continuo el alimento que necesitan.
Al seguir con la historia del presidio, notamos que luego de unos años se tomó la decisión de cerrarlo y trasladar a los reclusos a otras instalaciones. En la actualidad, es un centro turístico que personas de todo el mundo visitan muy a menudo. Cuando lo visité, pude sentir el calor y la amabilidad de las personas que trabajan allí. Pocos rastros quedan de aquel oscuro y frío penal.
Otra de las principales atracciones de esta ciudad es el “Faro del fin del mundo”. Se lo puede visitar en barco y sacar una hermosa postal fotográfica del lugar. Seguro están pensando que este faro irradiaba una luz que guiaba a los barcos al puerto, pero lamentablemente no fue así. La guía de turismo nos contó que el faro funcionaba con lámparas de aceite, pero como eran pocas, no daban una gran luz. Además, está ubicado en un lugar donde las nubes podían taparlo. De nuevo encontré una reflexión para compartirles. Recordé la parábola de las diez vírgenes y cómo algunas tuvieron la luz necesaria para alumbrar el camino. Definitivamente, todas tenían sus lámparas, pero algunas tenían aceite y otras no. Elena de White nos brinda luz sobre este aspecto: “Las lámparas representan la Palabra de Dios. El salmista dice: ‘Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino’ (Sal. 119:105). […] En la parábola, todas las vírgenes salieron a recibir al esposo. Todas tenían lámparas y vasijas para aceite. Por un tiempo parecía no haber diferencia entre ellas. Tal ocurre con la iglesia que vive precisamente antes de la segunda venida de Cristo. Todos tienen el conocimiento de las Escrituras. Todos han oído el mensaje de la pronta venida de Cristo, y esperan confiadamente su aparición. Pero, así como ocurrió en la parábola ocurre hoy en día. Interviene un tiempo de espera, la fe es probada; y cuando se oye el clamor: ‘He aquí, el esposo viene; salid a recibirle’, muchos no están listos” (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 282, 283). Busquemos a Dios todos los días, y tengamos nuestras lámparas llenas de aceite para presenciar el regreso de nuestro Señor.
Cuando volví a mi casa, traje muchos recuerdos y fotos preciosas. Además de aprender la historia de la ciudad de Ushuaia, pude aprender cómo Dios se ocupa de cada detalle de su creación en todo el mundo. Me siento segura al saber que él siempre me acompaña dondequiera que vaya.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2022.
Escrito por Evelyn Dura, miembro de la Iglesia Adventista de Morón, Bs. As., Argentina.
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