Pureza que refresca y sana
Seguimos con el segundo de los consejos que Dios nos dio para vivir mejor. Llegó la hora de hablar de un líquido vital para el organismo e indispensable para la vida.
No se trata de una helada gaseosa negra que rebalsa de hielo. No se trata de una fría cerveza que erróneamente pensamos que puede calmar nuestra sed y hacernos bien. Ni se trata de alguna bebida rara, edulcorada, artificial y calórica. No. Muchas de las mejoras sustanciales que puedes hacer en tu vida dependen de un líquido maravilloso, vital y sumamente saludable: el agua.
¿Alguna vez pasaste sed al punto tal que sentiste que te desmayarías? ¿Alguna vez has terminado de camina o realiza una actividad física para correr hacia la heladera y extraer de ella este refrescante líquido?
El agua es vital para nosotros y representa cerca del 70% de la composición de nuestro cuerpo. El agua es esencial para transportar alimentos, oxígeno y sales minerales; y además de estar presente en aquello que se elimina (como el sudor y las lágrimas), también se encuentra en el plasma sanguíneo, en las articulaciones, en los sistemas respiratorio, digestivo y nervioso, en la orina y en la piel. Por eso, la recomendación común es la ingesta de, como mínimo, de 1,5 a 2 litros de agua por día.
De acuerdo con el Internacional Life Sciences Institute (ILSI), una organización científica, reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un organismo consultivo especializado no gubernamental, el agua desempeña numerosas funciones corporales vitales y ocupa el segundo lugar, después del oxígeno, como elemento esencial para la vida.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2019.
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