«Si Dios quiere, se va a hacer”
Cuando tus sueños se hacen realidad
“Here we are. I’ll be back this weekend for an event; if you need something, let me know… Thank you Andrew!” Esta frase fue la última que escuché del pastor al llegar a mi lugar de servicio. Mientras la decía, veía que se cerraba la puerta de mi pieza.
Sentí algo de miedo. “¿Y ahora?”, pensé. Me quedé mirando hacia arriba. No lo podía creer. “¡Ya estoy acá!”, me dije. “No lo puedo creer”.
En ese instante, recordé mis ganas de ser misionero cuando oraba cada anoche arrodillado junto a mi cama antes de irme a dormir y mis ganas de ser misionero cuando llenaba los datos en la página para poder aplicar como voluntario. Recordé, incluso, todas las personas que se habían acercado para decirme que ellas también oraban por esta experiencia.
Hasta ese momento, no me habia dado cuenta de que lo que le había pedido a Dios por tanto tiempo se había vuelto una realidad.
No habían sido fáciles los últimos meses. Terminar el secundario, la pandemia de la COVID 19, la incertidumbre de si se podía viajar o no… Fue una montaña rusa emocional.
A todo esto, tuve una complicación extra. Al entrar a Estados Unidos, tuve un problema en Migraciones y ¡casi me deportan! Y eso que tenía todos los papeles en regla. Finalmente, y gracias a Dios, puede llegar bien al lugar donde serviría por seis meses: el predio adventista de Wewoka Woods, en el Estado de Oklahoma.
Te podría seguir contando cómo fue el viaje, qué me pidieron, cómo me sentía y dar detalles que son importantes en sí. Pero, si te soy sincero, desde que salí de mi casa hasta que llegué al predio solo tenía en mi cabeza dos cosas.
1-El versículo de Isaías 40:31 que dice: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.
2-Una frase que mi mamá me repitió en todo el proceso previo al viaje: “Si Dios quiere, se va a hacer”.
Déjame decirte que fue así, no solo con el viaje hasta el lugar, sino en todo lo que a la experiencia misionera respecta. Dios estaba hasta en el más mínimo detalle, y me daba cuenta de eso.
Disfruté mucho todos esos meses en todos los campamentos, al ayudar en los seminarios con la cocina y la limpieza, coordinar la recreación y los deportes de las iglesias, predicar, hacer actividad misionera y trabajar con la Conferencia (Asociación) de Oklahoma. Asimismo, con el trabajo de mantenimiento del predio, el aprendizaje en cada tarea que me tocaba hacer y las distintas miradas respecto de la resolución de situaciones. Pero, por sobre todo, al notar claramente que en la Iglesia todos tenemos el mismo objetivo, en todos lados: tener una relación directa y cercana con Dios y predicar el evangelio.
Para mí, Wewoka Woods fue especial, porque estaba en el medio del campo. Y, si bien gané mucho al conocer personas increíbles y aprendier del trabajo, lo que conseguí por encima de todo es conocer a mi Creador, saber que estaba conmigo todos los días, hacer de mi tiempo como misionero algo único y valioso y darme una razón más por la cual confiar en él y seguir sus pasos.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2022.
Escrito por Andrew Block, estudiante y misionero argentino en un colegio de Estados Unidos.
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