Volar alto
La experiencia de viajar es fascinante, ya sea en auto, en ómnibus, en tren, en barco, en bicicleta, moto y… ¡ni hablar en avión!
Ver todo desde arriba, con una vista panorámica, agrandando nuestra visión, observando todo en un contexto que nos ayuda a entender mejor la realidad.
Por eso, sería bueno recordar estas “sensaciones de vuelo” a la hora de tomar decisiones, de evaluar situaciones, de pensar una solución o de analizar un problema.
Me di cuenta de que en los momentos de preocupación y angustia debemos volar alto al pensar o tomar decisiones, con toda la amplitud y la altura racional y emocional que inciden en el pensamiento y en las acciones.
Dios nos ha dado capacidades que debemos desarrollar. Escribió Elena de White: “Cada ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad […], la facultad de pensar y hacer. Los hombres en quienes se desarrolla esta facultad son los que llevan responsabilidades, los que dirigen empresas, los que influyen sobre el carácter”.
Volar alto implica ver el problema desde otras opciones mentales, con otra profundidad.
Volar alto me lleva a abandonar mis egos y esquemas mentales, y a explorar otros horizontes posibles.
Volar alto es pensar, es proyectar, es hacer lo mejor de mí en favor del otro, es ser generoso y dar el conocimiento y la riqueza interior que tengo.
Todo ser humano debe darse el lujo de volar alto. De esa forma, su vida tendrá la altura y la dimensión que heredó de Dios.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2019.
Escrito por Eduardo Silva, profesor universitario de Historia, Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina.
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