¡Felicitaciones! No eres perfecto

¡Felicitaciones! No eres perfecto

¡Felicitaciones! No eres perfecto

¡No eres un producto ni una publicidad!

Parece contradictorio que alguien te felicite porque no eres perfecto. Pero no es irónico ni sarcástico, ¡es realmente es un elogio!

¿Por qué buscamos tanto ser perfectos? Básicamente, por la presión social, por los estereotipos, por nuestras inseguridades. Buscamos continuamente agradar a otros o a nosotros mismos, al punto que pensamos que debemos sí o sí hacer todo sin errores… o llegar a ser de tal o cual forma… o tener tales medidas o alcanzar tantos objetivos. 

Incluso, a veces la “perfección” se puede ver reflejada en aquellos a quienes uno admira. Quizá por su simpatía, por su manera de hablar, por cómo encaran las dificultades, por su atractivo físico, por la posición que ocupan, y la lista sería inagotable. Sin embargo, esas mismas personas pueden admirar a otros, y así la cadena continúa.

Intentar llegar a la perfección no es saludable. No me malentiendas: debemos buscar crecer diariamente, superarnos, alcanzar nuevas metas y ser mejores personas; pero también debemos comprender que somos seres humanos, con debilidades y flaquezas. Somos todos diferentes, y tenemos distintos desafíos, aspectos positivos y aspectos a mejorar. Si constantemente evaluamos nuestra vida con la perfección como regla, jamás seremos felices, porque nunca estaremos a la altura.

Es desgastante vivir así. Muchos se aíslan porque consideran que no encajarán jamás en un grupo de amigos; otros se autolesionan por no sentirse suficientemente atractivos. A pesar de que como sociedad hemos avanzado al hablar de los estereotipos, de las modas, de aquello que antes se creía que era el ideal, en el cerebro aún cuesta que esto encuentre lugar. 

Podemos hablar muchísimo sobre los peligros de los estereotipos y sobre la autoestima, y quizás incluso podemos aconsejar a otros; pero si esta lucha no la libramos a diario, seguramente estaremos vencidos.

Cuanto antes aceptes tus errores y tus límites, tus expectativas pueden tomar un rumbo más real. Cuando aceptas que no eres perfecto tienes la oportunidad de seguir creciendo, de avanzar, de darte la oportunidad de aprender cosas nuevas, de amarte, de ser tú mismo. Cuando aceptes esto dejarás de castigarte, de tratar de agradar a todos, de lograr las expectativas de otros o las tuyas propias. Las imaginaciones del corazón nublan la vista, y más cuando la mirada está fijada en uno. 

¿Cómo lograr esto? ¡No es nada sencillo! Es una lucha día a día, momento a momento. 

Primero, busca la ayuda de Dios, quien puede ayudarte. Luego, cuando te plantees expectativas, toma en cuenta tus talentos y tus límites; no intentes alcanzar estereotipos, no son reales. Tampoco busques ser otra persona: sé auténtico, sé tú mismo. 

Tercero, busca pensar en los errores como aspectos a mejorar. Siempre hay lugar para crecer, para aprender. No te castigues. Busca mirarte con cariño. Quizás haya características físicas o de personalidad que no te agraden, y a todos nos pasa; intenta buscar aquellas que sí te agraden y centra en ellas tu atención. De a poco, podrás mejorar o aceptar las otras. Y muchas veces, eso es lo que necesitamos.

En cuarto y último lugar, recuerda: no eres un producto ni una publicidad. Eres un ser humano. Eres una persona en proceso de avance y crecimiento continuo, tomado de la mano de Dios.  

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2022.

Escrito por Jimena Valenzuela. Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina. @jime.valenzuela_

“Yo hago lo que quiero»

“Yo hago lo que quiero»

“Yo hago lo que quiero»

Por qué nos va mejor cuando cumplimos con las reglas y pensamos en los demás.

En 2021 me becaron para realizar un curso sobre resiliencia y ayuda a los demás. Los temas propuestos eran muy interesantes; además, estaba dictado por una organización prestigiosa, presente en varios países. 

En la primera clase, hubo algo totalmente llamativo. Pero, para entender su contexto, quiero aclarar que nos pidieron ingresar a la videollamada 15 minutos antes o a tiempo; en mi caso, ingresé a tiempo. Las clases se dictaban desde las 23 hasta la 1 de la mañana, ya que se lo hacía para varios países y el horario no era el mismo para todos. 

En fin, algunos compañeros no ingresaron ni 15 minutos antes ni a tiempo. ¿Qué sucedió con ellos? ¡No se les permitió el ingreso! Así como lees: no pudieron ingresar. Se les avisó que la regla estaba para cumplirse, que el horario había sido anunciado con tiempo y que esto serviría como enseñanza de que ante las emergencias no podemos llegar tarde. 

Realmente me sorprendió la actitud de los organizadores. El grupo de mensajería estallaba de reclamos, reproches, excusas, etc., pero los organizadores se mantuvieron firmes en su decisión: no podrían ingresar a la clase, no llegaron a tiempo. Luego, les hicieron llegar el link donde estaba la clase grabada, pero se perdieron la oportunidad de hacer preguntas, de dialogar con el expositor, de sacarse las dudas.

Ahora bien, ante tal nivel de exigencia, esperaba lo mismo del horario de finalización; más aún porque para mí era tarde, y al otro día las actividades comenzaban temprano. Pero, no fue el caso. Más allá de la puntualidad del comienzo, el curso terminó 30 minutos después de lo acordado, pero –pese a mis ganas de irme, no porque los temas fueran aburridos, sino por querer descansar– no podía irme porque al finalizar la charla se daría paso a la evaluación de la clase. 

Ante el pedido de varios de nosotros de que la clase concluyera, los organizadores listaron algunos “motivos”, según ellos válidos, por los cuales no podían hacerlo.

Esta situación me llevó a pensar en cuántas veces exigimos de los demás algo que no estamos dispuestos a cumplir. Al contrario, podemos encontrar maneras de “escapar” de esas exigencias:

  1. Nos disculpamos a nosotros mismos.
  2. Buscamos alguna justificación para nuestro accionar.
  3. Minimizamos el daño.
  4. No le damos tanta importancia.

Es sencillo, o mejor dicho, fácil pedir a las personas con las que nos relacionamos ciertos niveles de responsabilidad en situaciones que a nosotros no nos cuestan. Por ejemplo: Quizá te fastidie que alguien llegue tarde porque tú eres de estar puntual siempre; tal vez que alguien no termine su parte del trabajo a tiempo o con anticipación te genera molestia porque tú no eres así; puede ser que aceptar cierto compromiso para ti sea fácil, y no llegas a comprender cómo otro no tiene la misma actitud. La lista podría seguir, pero resumamos el punto diciendo que es más sencillo exigir a los demás aquello que a nosotros nos es fácil.

Sin embargo, cuando nos encontramos en una situación que requiere sacrificio, fuerza de voluntad o simplemente no nos es agradable, podemos encontrar “miles” de motivos para excusarnos por no haber logrado aquello que se nos pidió. Ya Jesús había dicho que era más fácil mirar la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Y no solo en el nuestro, sino también en el de nuestros más allegados. ¡Cuántas veces minimizamos el accionar de nuestros queridos! 

Estas actitudes, esta forma de proceder, generan un ambiente en el que no podemos crecer, en el que nuestras relaciones no pueden ser positivas; un ambiente tóxico.

¿Qué podemos hacer? Creo que debemos poner en práctica, día a día, relación a relación, momento a momento, las palabras de Jesús en Mateo 7:12: “Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque eso nos enseña la Biblia”.

Deberíamos dejar de andar exigiendo a las personas una conducta, una forma de ser, una manera de comportarse. No somos quienes para exigir. Quizá deberíamos mostrarnos más empáticos, y ser ejemplos. Esto no significa disculpar todo o aceptar cualquier conducta o accionar. Volviendo al curso, había que llegar a tiempo, eso es cierto; pero también es cierto que debería haber terminado a tiempo.

La clave es el equilibrio, algo tan difícil de alcanzar, pero tan necesario.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2022.

Escrito por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.

Los peligros del cutting

Los peligros del cutting

Los peligros del cutting

 Qué hacer cuando todo explota?

Volví a lastimarme”.

“Me corté”.

“Lo hago sin darme cuenta”.

“No me duele”.

“Es mejor esto que estar llorando”.

En el artículo anterior hablamos acerca de cuando las emociones nos sobrepasan, cuando nos cuesta manejarlas, cuando las situaciones que vivimos nos llevan a explotar, de distintas maneras.

Existen muchos mecanismos de escape, algunos beneficiosos, como el ejercicio; y otros no tanto, como las fotos que muestran más de lo que deben mostrar, las publicaciones donde sacamos a la luz todo lo que nos pasa, las redes sociales, o estar hasta alta horas “navegando” en Internet.

Una de las formas de explotar, de mostrar que no podemos más, es causándonos dolor. Ese dolor puede ser en el nivel emocional: miramos alguna película o serie, o escuchamos una canción que nos haga sentir tristes, que nos lleve a llorar, a pensar en aquello que estamos viviendo, y con la excusa perfecta del argumento de la serie, película o canción, lloramos. 

En otras ocasiones, “calmamos” el dolor a través de la comida, algo rico, algo dulce o salado; depende de nuestros gustos. Buscamos comer para saciar esa ansiedad que sentimos por no poder manejar lo que está pasando en nuestra vida. Simplemente, queremos disfrutar de un momento. Comemos y comemos. 

También, el dormir es una manera de acallar los pensamientos. Cuando dormimos, no pensamos; nuestra mente está en paz; ya nada cruza por nuestra cabeza. Podemos descansar. El problema pueden ser las horas que dedicamos a dormir.

Una de las maneras de “olvidar” lo que está sucediendo es la autolesión concreta. En el año 2018, un artículo de María Ayuso afirmaba “Si bien no hay cifras oficiales sobre la cantidad de casos, los especialistas –psiquiatras, psicólogos y expertos en trastornos de la alimentación– advierten que en los últimos años aumentó considerablemente el número de quienes recurren al cutting, una conducta riesgosa y compulsiva que busca liberar emociones intensas o disminuir el estrés mediante autolesiones cortantes. Cuando la angustia y el dolor psíquico son tan fuertes, el dolor físico, más concreto e intencionalmente provocado, es usado como distractor” (diario La Nación, 23 de abril de 2018). 

A veces, el dolor físico es un distractor. La autolesión no busca quitar la vida, la finalidad no es el suicidio sino “olvidarse” por un momento del dolor emocional que se está sintiendo. Así como comer, dormir, llorar, el cutting busca aliviar lo que estamos pasando. Pero es mucho más peligroso que los demás. 

Muchos recurren a las autolesiones como una novedad, por curiosidad, para saber qué se siente; otros lo hacen porque quieren sentir alivio. Sea como fuere, llega un momento en que quedan atrapados, quedan sometidos en sus redes. Aquello que comenzó como un juego, como una distracción, se transforma en una necesidad, incluso compulsiva. Y, sin darse cuenta, puede llevar a un suicidio no intencionado.

Tal vez, en el momento te genere alivio, quizá te sirva para sentirte libre de aquellas emociones que están oprimiendo tu mente, pero no es la solución, nunca lo será. Solamente estás evitando momentáneamente lo inevitable: enfrentar la realidad. Cortarte, lastimarte, autolesionarte, maltratar tu cuerpo, buscar maneras de sentir dolor físico, no será jamás la solución para no explotar. Simplemente, estás sumando algo más de dolor a tu vida. 

La solución siempre será Dios. Siempre. Y él nos enseña algunas pautas más para salir adelante:

  • Habla de lo que te pasa. No te guardes tus emociones ni las encierres.
  • Sé paciente contigo mismo y sé comprensivo con tus errores. No eres perfecto.
  • Anímate a expresar tus opiniones, a decir lo que piensas y a ser tú mismo.
  • Busca ayuda si hay algo no estás pudiendo manejar y si hay algo que te causa dolor. Si por algún motivo la situación te está desbordando, acude en busca de apoyo.

Este artículo es una adaptación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2022.

Escrito por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.

La gota que rebalsó el vaso

La gota que rebalsó el vaso

La gota que rebalsó el vaso

¿Qué hacer cuando las emociones  nos desbordan?

“Fue la gota que rebalsó el vaso”.

“Ya no aguanto; una más, y exploto”.

“No sé qué me pasa, simplemente no paro de llorar”.

“Tengo muchas ganas de gritar”.

“¡Ay! Qué enojo que tengo”.

¿Te parecen conocidas estas frases? ¿Las has escuchado alguna vez? Quizá tú mismo las usaste en algún momento. Sea como sea, son frases que denotan que algo no tiene más espacio y que, de alguna manera, terminará mal.

La gota que rebalsa el vaso no es la culpable, porque no es la que había colmado el vaso. No. El vaso se fue llenando por varias otras gotas. Esas “gotas” pueden ser situaciones en que te has sentido atacado, frustrado, angustiado, sometido, desvalorizado, sin herramientas para hacer frente a la situación que estabas viviendo o cualquier otro tipo de escenario en que simplemente pusiste “una gota” en tu vaso. Lo cierto es que fuiste cargando el vaso hasta que, finalmente, no soportó más.

Ese vaso eres tú. Es tu mente, que día a día carga con distintas circunstancias que generan una serie de emociones que muchas veces son difíciles de manejar. Las emociones no se controlan, pero sí se manejan. Las emociones no son racionales, pero sí podemos aprender a encauzarlas. Las emociones son parte de la vida, no son enemigas.

Cuando las emociones nos desbordan, el llanto aflora sin motivo alguno aparente. Así, la angustia genera que las actividades cotidianas no sean satisfactorias y que aquello que muchas veces nos alegraba carezca de sentido.

En otras ocasiones, la apatía permea cada una de las cosas que hacemos. Entonces, nada nos entusiasma ni nada provoca que estemos fascinados. Quizás el enojo sea el diario componente de tu vida. Sin motivo alguno –sin aparente razón de ser–, “vives” enojado, molesto y enfurecido. Estas emociones brotan sin que puedas llegar a razonarlas; solo te encuentras de esa manera, sin motivo evidente.

Tal vez quienes te rodean no lleguen a comprenderlo porque nadie está en tu cerebro y nadie sabe lo que has pasado hasta aquí. Muy pocos conocen tu contexto familiar o lo que estás atravesando. Muchas veces llegas a pensar que es mejor no contarlo ni ser una “carga” para los demás.

Tal vez en tus momentos de soledad te sientas tan cansado que solo quieras dormir o jugar online. Es la estrategia de mantener tu mente tan “ocupada” en otros asuntos que no tengas tiempo ni espacio psicológico para pensar. Pero ese momento también tiene su fin. La música, la serie, la película, el juego o el dormir se terminan, y la realidad sigue allí. El conflicto que te está rodeando no desapareció, tu hogar no es ya un refugio, tus compañeros no son amigos, tus propios miedos no han desaparecido. Te sigues sintiendo solo, vacío…

¿Qué hacer? ¿Cómo evitar que el vaso rebalse?

En primer lugar, recuerda que en Dios todo lo podemos. Todo, incluso aquello que pensamos que es demasiado grande. En Dios encontramos las fuerzas para vencer. La Biblia dice: “El Señor está conmigo como un guerrero poderoso” (Jer. 20:11, NVI) y en Deuteronomio 31:8 dice: “No temas ni te desalientes, porque el propio Señor irá delante de ti. Él estará contigo; no te fallará ni te abandonará” (NTV).

En segundo lugar, no ocultes tus emociones ni trates de mostrar que todo está bien. No siempre tenemos que “llevar” una sonrisa en el rostro. A veces, podemos sentirnos tristes, sobrepasados, sin ganas… Eso no está mal. Podemos sentirnos así, solamente debemos aprender a manejar la emoción.

En tercer lugar, hacerte daño no te ayudará. Encerrarte en ti mismo, en el mundo virtual, en el sueño, en el llanto, en una vida “paralela”, puede darte alivio, pero es pasajero. No intentes huir de la vida real. Es esta vida la que debes vivir, la que merece tu presencia. Es aquí donde saldrás victorioso. Lo demás es un espejismo.

Vivir a veces puede ser complicado. No todos tenemos los mismos contextos familiares, escolares, laborales o de cualquier otra índole. No obstante, el año recién empieza. Este puede ser un año diferente, especial, en el que las emociones no te desborden.

Te invito a tomar las riendas de tus emociones, para vivir mejor.

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.

Mentiras piadosas

Mentiras piadosas

Mentiras piadosas

Analizando el poder destructor de una pequeña verdad a medias.

“En realidad no quise mentirte, pero tenía miedo de hacerte daño si te decía la verdad”.

“No lo pensé bien, solo quería ayudar”.

“Fue solamente esta vez. No volverá a ocurrir”.

“Se trataba, tan solo, de una mentirita blanca”.

¿Escuchaste, alguna vez, frases como estas? Son tremendos argumentos con un mismo fin: justificar una mentira. Sin embargo, lo que se pretendía evitar es justamente lo que se provoca: un daño. Y a veces un gran daño porque es una conducta que vuelve a repetirse.

Hemos dicho más de una vez que comunicarnos no es fácil, no es simplemente hablar o emitir palabras. No. Es mucho más complejo que eso.

No obstante, continuamente, seguimos comunicando, queramos o no. Es por eso que, en este último artículo de este 2021, quisiera dejarte algunos conceptos acerca de las mentiras. Porque, en diferentes momentos, puede existir la tentación de mentir para no dañar, para preservar la felicidad o la paz de la otra persona, para descomprimir y para una larga serie de supuestos razonables etcéteras.

Es que lo sabemos. Existen muchas explicaciones por las cuales podemos llegar a pensar que “esa mentira es blanca” o “es piadosa”; y que no hará daño. No obstante, no es así.

Conceptos a remarcar sobre una mentira

-Una mentira es una mentira, aunque se intente disfrazarla con otro nombre y aunque se la justifique. Una mentira siempre es una mentira.

-Una mentira siempre obstaculiza la confianza: mentir provoca que la confianza no sea la base de la relación, porque si existiera confianza ¿tendría sentido mentir?

-Una mentira siempre provoca culpa; ya que nunca es gratuita ni viene “sola”. Genera que la persona que ha mentido sienta culpa e incluso, a veces, cae en un círculo vicioso de mentiras por tratar de ocultar la mentira original. Porque, en definitiva, mentir es atentar contra uno mismo.

-Una mentira quita credibilidad: cada vez que mientes generas que las demás personas crean menos en ti. Incluso, la mentira menoscaba tu propia autoconfianza.

-Una mentira es un síntoma de inmadurez: muchas veces, la mentira releva o nos muestra (a nosotros y a los demás) quiénes somos. Es más fácil mentir que enfrentar la realidad, y eso, claramente, no es el accionar de una persona madura.

-Una mentira nos aleja de la realidad: tanto mentir puede llevar a la persona a creer que lo que se dice es real, o sea, que su mentira es verdad. Así, ingresamos en un mundo imaginario del que nos será complicado escapar.

-Una mentira siempre daña: sea pequeña o grande, sea a quien la dice o a quien la escucha. Daña a todos. No existen mentiras inofensivas.

Seguramente, se te ocurrirán otros puntos a resaltar. Quizá has sufrido debido a que alguien te mintió, o tal vez, tú has mentido en algún momento y eso provocó un problema mayor.

Jesús dice quién es el “padre de la mentira”. Desde luego, no es otro que Satanás: “El padre de ustedes es el diablo; ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo que él quiere. El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira” (Juan 8:44, DHH). Por el contrario, en Dios no hay tinieblas, ni falsedades, ni mentiras porque él es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14:6).

Es cierto que decir siempre la verdad puede ser complicado, ¡y hasta arriesgado! Pero, como dijimos en otro artículo, todo tiene su momento y lugar, lo cual no quita que digamos la verdad.

Si quieres evitar conflictos, si quieres tener charlas de calidad, si quieres tener amistades reales y una relación amorosa sólida, te recomiendo que nunca pero nunca mientas. Ni siquiera tengas como opción de estrategia una “mentirita piadosa”. Ten como meta que de tu boca solo salga la verdad, busca que todas tus interacciones sean sobre esa base. Solo así podrás edificar relaciones duraderas.

Este artículo ha sido publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2021.

Escrito por Jimena Valenzuela, magíster en Resolución de conflictos y capellana
en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.

¡Todo yo!

¡Todo yo!

¡Todo yo!

Las distorsionadas conclusiones que sacamos al mirar la vida a través de la lupa del sentimiento de culpa.

De niña solía repetir la frase “¡Todo yo! ¡Todo yo!” cuando me enviaban a realizar alguna tarea. Hoy me suena irrisoria, pero ¿qué sucede si la aplico a toda situación de mi vida?

Hay personas que continuamente piensan que son culpables por lo que ocurre o por lo que sucedió:

-Sugerir una película y que no guste.
-Si por el tráfico llega tarde a la cita.
-Si no ha alcanzado el ideal de otra persona.
-Si la situación en su hogar es conflictiva.
-Si sus padres se pelean.
-Si por alguna razón los demás se enfadan con ella.

Más allá de las razones, piensan que todo es su culpa. ¿Sabes? El sentimiento de culpa es uno de los más difíciles de sobrellevar, y en ocasiones te conduce a disculparte continuamente, aunque no exista motivo para hacerlo; a tener miedo de fallar; a dejar que otro decida; a alejarte de los demás; e incluso atentar contra tu vida.

La culpa muchas veces provoca una distorsión de todo aquello que se experimenta. Todo lo miramos a través de su lupa, a través de la lente de que, si algo malo ocurre, si alguien se enfada, si alguna situación no es la esperada… entonces seguramente será “mi” culpa. Muchas veces tomamos decisiones por temor a fallarle a otro, a la familia, a la sociedad, a Dios. Y así, la vida avanza, y cuando nos detenemos a mirar nos damos cuenta de que cargamos con relaciones, proyectos, logros que no nos han hecho felices, que no eran lo que queríamos; pero sí eran lo que pensábamos que debíamos hacer para no sentirnos culpables.

Vivir con remordimiento no es sano; seguramente ya lo sabes, pero menos sano es pensar que siempre tiene un motivo válido. La culpa no siempre tiene razón de ser. A veces es producto de nuestra mente, que, lastimosamente, piensa así. Vivimos en un mundo corrompido por el pecado, un mundo deformado, donde el enemigo de nuestras almas busca continuamente hacernos daño, y la mejor manera de lastimarnos es hacernos creer que no podemos ir a Dios, que todo es culpa nuestra.

Vencer este sentimiento no es tarea de unas horas o de un día. Es algo que debemos enfrentar cada vez que lo sintamos.

¿Justificada o no?

Lo primero que debemos hacer es entender si la culpa es justificada o no. Para determinar esto, haz lo siguiente:

  • El motivo que me genera culpa ¿dependía, totalmente, de mí? ¿Había decisiones de terceros que yo no podía controlar?
  • ¿Por qué hago esto que estoy decidiendo hacer?
  • ¿Es real que el ciento por ciento de las cosas me sale mal? Haz una lista de las buenas elecciones que has hecho. No confíes solo en lo que se viene a la mente, tenlo por escrito.
    Si la culpa no es justificada, entonces considera estos puntos:
  • Busca ayuda para superarla, a fin de comprender por qué te sientes de esa manera.
  • Intenta tener una relación saludable con Dios. Habla con él, escúchalo; que sea una relación genuina. Ve a él para que sane tu mente.
  • Trabaja en tu autoestima. Muchas veces allí radica el motivo de nuestro sentimiento de culpa.
    Por último, si la culpa tiene motivo:
  • Pide perdón y discúlpate con aquellos a quienes dañaste.
  • Evalúa las consecuencias y lo aprendido, para que puedas aplicarlo la siguiente vez.
  • Acepta que puedes equivocarte y que no eres perfecto.
  • Perdónate. Sí, perdonarse es una de las claves para avanzar.

Estamos a mitad de año, quizás hasta aquí tu frase haya sido “Todo yo”. Hoy te invito a cambiarla, en lo que resta del año, por esta: “No, no siempre he sido yo”.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2021.

Escrito por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana
en el Instituto Adventista de Avellaneda,
Bs. As., Argentina.