Muchísimo que desaprender
En este año nuevo, inicia el proceso del desaprendizaje.
Días atrás, conversaba con un amigo al que respeto mucho por su profundidad intelectual y emocional. Yo le contaba sobre las imágenes negativas acerca de Dios que he tenido que desaprender a través de los años, y otras ideas a las que he tenido que renunciar. “¿Es posible educar a un niño de tal manera que no tenga que desaprender al crecer?”, le pregunté. Con su honestidad y afecto usual, me contestó: “Probablemente, no. Simplemente, dile que la vida se trata tanto de aprender como de desaprender. Dile que no tenga miedo de seguir avanzando”.
¿Qué tan bueno eres para desaprender? No se trata de olvidar, ni tampoco es lo contrario de aprender. Desaprender es animarse al cambio. Es dejar atrás las herramientas desafiladas que ya no nos sirven, es atreverse a modificar nuestra manera de pensar. A veces, desaprender me hace sentir feliz y entusiasmada como una niña; como si estuvieran a punto de comprarme un par de zapatos nuevos porque los viejos ya me quedan chicos. Otras veces, sin embargo, es como descubrir que hay un trozo de papel higiénico pegado a mi zapato.
¿Cuánto hace que ese error viajaba como polizonte adherido a mi suela? ¿Lo habrá visto todo el mundo? ¡Qué ganas de cavar un hoyo y convertirme en topo!
El proceso de desaprendizaje y reaprendizaje puede ser lento y gradual, tal como la primavera le gana al invierno, de a un brote a la vez. Otras veces llega repentinamente, con una sola bofetada de realidad. Pero, ya sea que me llene de asombro por lo que me espera, o de miedo por el confort que dejo atrás, estoy aprendiendo a apreciar el proceso. La vida no se trata de tener razón; se trata de ser valiente y de continuar aprendiendo. Nuestras seguridad y valor como personas se encuentra en Dios, no en tildar una lista de ideas correctas. Cuando nos olvidamos de esto, el hecho de “tener la razón” se convierte en una adicción, en un escudo para defender nuestra autoestima y nuestro sentido de identidad. Entonces… ¿te imaginas lo que sucedería si comprendiéramos que el desaprendizaje no es nuestro enemigo y que no va a destruirnos?
Me gusta la forma en que Elena de White describe este proceso: “Tenemos muchas lecciones que aprender, y muchísimas que desaprender. Solo Dios y el cielo son infalibles. Se chasquearán los que creen que nunca tendrán que abandonar una opinión acariciada, que nunca se les presentará la ocasión de cambiar su punto de vista” (Mensajes selectos, t. 1, p. 42, énfasis agregado).
Aunque hay mucho que aprender, ¡hay mucho más que desaprender! Necesitamos hacer espacio para lo nuevo, como quien organiza un ropero y regala la ropa que le queda chica. Honestamente, también nos tocará deshacernos de alguna prenda que todavía nos queda bien y que nos gusta mucho, pero que ya no es apropiada. No seamos “acumuladores intelectuales”, soltemos lo que ya no nos sirve. Tengamos fe en que algo mejor vendrá. Sigamos avanzando; ¡desaprender es cosa de valientes!
La vida no es un examen en el que nos dan más puntos por la cantidad de respuestas correctas que sabemos. Cuando nos equivocamos, Dios no nos ama menos; cuando acertamos, no valemos más. La vida es una aventura de fe y coraje. La humildad es la brújula y la presencia de Dios es el norte, el referente inamovible que nos guía. Vamos a tener que avanzar, retroceder y dar vueltas. La marea va a subir, y también va a bajar. Vendrán días soleados de certidumbre, y también tormentas de dudas. Pero, todo ese proceso tiene valor, cada parte es importante. En tanto estemos dispuestos a aprender, desaprender y reaprender, la experiencia nos traerá mayor y mayor libertad (Juan 8:32).
No tengamos miedo de seguir avanzando. ¡Desaprender es cosa de valientes!
Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.
Escrito por Vanesa Pizzuto, Lic. en Comunicación y escritora. Es argentina pero vive y trabaja en Londres.
Soy adulto, y me llego a mus manos está revista, la cual la encontré muy buena, porqué no envían para regalar a los jóvenes de nuestra iglesia y de afuera, gracias.
Apreciado Maximiliano. ¿De parte de qué iglesia nos escribes?