“Quiero escalar el Aconcagua”
¿Te estás preparando para grandes objetivos o tienes una vida sin proyectos en la comodidad del sillón?
Juan siempre estaba subiendo a algo: paredes, techos, pequeños montículos de tierra. Pedro siempre estaba sentado mirando su celular. Juan ahorraba dinero y lo invertía en equipos para escalada: sogas, arnés, botas… Pedro, en cambio, dinero que obtenía, dinero que usaba para algún elemento tecnológico extra que no siempre necesitaba. A nadie le sorprendió cuando Juan comenzó a viajar los fines de semana para realizar ascensos a pequeñas cumbres. Tampoco causó asombro que Pedro abandonara sus estudios y no buscara trabajo.
“¡Voy a escalar el Aconcagua!”, solía repetir Juan aún sin contar con todo el entrenamiento y los recursos suficientes para tal empresa. “Aún soy joven y estoy pensando qué hacer… Voy viendo qué sale… qué onda”, se le escuchaba decir frecuentemente a Pedro, que nunca entrenó para nada ni tenía ningún tipo de recursos.
Años más tarde, en el Instagram de Juan aparecieron fotos y breves videos de su exitoso ascenso al Aconcagua. En el de Pedro, solo estaban las mismas selfies de siempre.
Tenemos dos maneras de vivir nuestra vida, dos formas, dos caminos: el de la comodidad y el del propósito. El primer camino nos garantiza placer momentáneo y un futuro incierto; el segundo, una senda de trabajo y constancia, pero con la felicidad de alcanzar los objetivos propuestos y los sueños que te definen.
¿Proyectarse o estancarse?
Sumergidos en las redes o en Netflix los días pueden pasan sin que hagamos algo trascendente. Podemos elegir que la vida sea una simple acumulación de días o podemos elegir vivir con un propósito.
Suele suceder que, a veces, no sabemos qué vamos a estudiar, ni en qué nos gustaría trabajar.
Uno de los motivos por los que esto sucede es porque no estamos dispuestos a pagar el precio que implica vivir con un propósito. Así, vamos deambulando sin mucho sentido, en un presente placentero rodeados de series, redes sociales, música y demás actividades. Es como que nos atrincheramos en nuestra zona de confort y no queremos salir.
Cierta vez, un psicólogo entrevistaba a un joven preguntándole por su proyecto de vida:
–¿Y por qué me tengo que preocupar tanto por esto? –repreguntó el joven.
–Porque es allí donde vivirás mañana –respondió el terapeuta.
Es así: el futuro que uno desea tener se construye con acciones y decisiones tomadas hoy.
La elección de un proyecto de vida es clave. Desde luego, esto puede crear una gran inquietud, convirtiendo esta etapa en un período muy difícil. Por otro lado, algunos jóvenes ni siquiera se plantean que tienen que elegir un proyecto de vida. Creen que esto viene determinado por su lugar de origen, su clase social o “el destino” y que no vale la pena intentar cambiarlo. Este pensamiento suele esconder el miedo a tomar decisiones y solo conduce a una baja autoestima y a caer –incluso– en depresión o en conductas autodestructivas como el consumo de drogas o alcohol.
Recuerda esto: las personas que no tienen un proyecto de vida definido pueden sentirse desesperadas, lamentarse por los errores del pasado y las oportunidades perdidas. Sin embargo, al tener vigentes los objetivos, es posible ser perseverante, aprender de los errores y seguir adelante, más allá de todo.
Ahora es el momento en el que debes orar a Dios, buscar consejos en padres, pastores, profesores o amigos mayores de confianza para que te ayuden a elegir un proyecto de vida, a planificar metas a corto y largo plazo y a luchar por ellas. En este tiempo defines si vas a proyectarte o a estancarte.
Y ahora, ¿qué hago?
Para poder elegir un proyecto de vida, puedes tomar nota de los siguientes consejos:
1- Conoce tus dones y gustos: Si, ante todo, no sabes quién eres ni lo que te gusta hacer, no lograrás definir con éxito muchas cosas. Juan, el de la historia inicial, tenía inclinación por los deportes, la aventura y las destrezas físicas. Pedro, sin duda, tenía otros intereses. Lo que él hacía no era correcto, no porque no le gustaba escalar, sino porque no tenía propósito en la vida. Con sus inclinaciones, perfectamente podría haberse dedicado a ser escritor, fotógrafo, editor de videos y muchas otras profesiones. Y podría haber tenido éxito en cualquier empresa que emprendiese.
2- Conoce tus herramientas: Juan no soñó con ascender el Aconcagua y fue al otro día hacia esa montaña. No. Evaluó los costos de su objetivo, se preparó, entrenó y dio pequeños pasos para alcanzar aquella gran cumbre. No puedes proyectar sin saber con qué herramientas cuentas. Por ejemplo, si tu sueño es estudiar en una universidad de otro país donde hablan inglés, pero tú no hablas inglés deberías, ¡al menos!, tener una mínima noción de ese idioma antes. Jesús habló de esto, en Lucas 14:28 al 33, contando la parábola del hombre que se puso a construir una torre, pero luego se dio cuenta de que no tenía más dinero para comprar los materiales. ¡No empieces a armar algo sin saber antes con qué elementos cuentas!
3- Dialoga con profesores, familiares y amigos: Hay una riqueza inmensa en consultar a personas de confianza para que digan, indiquen y muestren en qué áreas creen que te desempeñas mejor y realizando qué actividad te ven ellos más feliz. Por otro lado, el diálogo con ellos puede ayudarte a redefinir tus propósitos y reencausar tus objetivos.
4- Ten en cuenta que puedes fracasar: Juan no escaló el Aconcagua en el primer intento. Esto es algo que sucede frecuentemente a muchos escaladores. En realidad, sucede en todos lados. Tal vez ese primer video que publicaste en YouTube no tuvo el éxito esperado y ese primer manuscrito de tu libro fue rechazado por la editorial. En este viaje debes aprender que un fracaso no es el fin de tu propósito. Tal vez sea el inicio. A veces, el fracaso es una manera que la vida tiene para decirnos que así no se hacen la cosas. Inténtalo de nuevo, buscando otras maneras, probando otras formas, caminando otros senderos.
5- Aprende de los errores: Este punto está relacionado con el anterior. Un fracaso es un fracaso si no aprendiste nada de él. Aceptar un error no es ser un mediocre. Al contrario, es de personas sabias analizar lo que salió mal para cambiar.
6- Asume retos: Nadie escala el Aconcagua sentado en su silla. No puedes bajar tus marcas de velocidad si no entrenas, ni ser un mejor diseñador gráfico si no dibujas y prácticas. Se aplica a todo: a aprender un idioma, un instrumento, un arte poco conocido…
7- Recuerda que nunca es tarde para cambiar el rumbo: Muchas personas han triunfado en profesiones, carreras o actividades que no eran a las que inicialmente estaban avocados. Querían hacer una cosa, pero en el curso del camino se dieron cuenta de que –en realidad– su propósito radicaba en otro lado. Si algo así te sucede, mantén la calma. No tienes por qué dar en el blanco en el primer intento. Si lo que estás haciendo o lo que estás estudiando no te da felicidad y crees que ese no es el lugar, anímate al cambio.
8- Busca la sabiduría divina: El mejor de todos los GPS, la mejor de todas las guías, el mejor manual de orientaciones es la Biblia. Estúdiala todos los días con oración. En sus páginas, el mismo Creador del universo es quien te habla. Él no quiere que estés en tinieblas. Al contrario, quiere darte luz, porque la Biblia es como una lámpara que ilumina tu senda (Sal. 119:115). No tengas miedo de confiar en Dios, de servirlo y de ponerte en sus manos porque él te diseñó con el mayor de todos los propósitos. Y te dice: “Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir” (Sal. 32:8, DHH).
No sé si eres el Juan o el Pedro de la historia inicial. Si eres el primero, te desafiamos a que sigas así. Si eres el segundo, te invitamos a que vuelvas a leer este artículo y a repensar tu vida. ¡Vamos! ¡No solo tienes muchos Aconcaguas que escalar! ¡También hay montes Everest que te esperan! Ve hacia la cima. Porque encontrarle un propósito a nuestra vida y servir a Dios es vivir bien.
Este artículo ha sido publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2021.
0 comentarios