Tu identidad sexual tiene un propósito
La homosexualidad no es un tema de elección, es un tema de adoración.
Dios te ha dado un sexo biológico. No es una equivocación que hayas nacido con las características sexuales que posees. Eres su criatura. Tu cuerpo le pertenece a él y debe ser destinado a adorar al Dios que lo ha diseñado. Así lo dice la Biblia: “Por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor. 6:20).
Por nuestra naturaleza pecaminosa, la tendencia natural es hacia el mal. Es por eso que en todo ser humano habita un deseo pecaminoso, difícil de dominar, que puja por corromper el propio cuerpo. Estos deseos se manifiestan en cada ser humano de manera diferente. No podemos anularlos, pero sí dominarlos por medio del Espíritu Santo, y renovarlos conforme a Dios (Efe. 4:22-25).
La inclinación sexual está constituida por factores internos (predisposiciones e impulsos innatos) y factores externos (estímulos y vivencias traumáticas infantiles). Además, hay factores genéticos, sociales, ambientales y cognitivos que juegan un papel importante. Los deseos sexuales hacia una persona del mismo sexo pueden aparecer desde la infancia. Sin embargo, la inclinación no define tu orientación sexual. Lo que define la orientación es la conducta.
Cuando una persona escoge conducirse contrariamente al diseño divino y al propósito que Dios le ha dado para satisfacer su inclinación, adora más su cuerpo que al Creador de su cuerpo. Decir que el deseo homosexual es pecado puede generar sentimientos de culpa y desesperación. Pero la culpa que lleva al remordimiento –en vez de al arrepentimiento– no procede del Padre de la bondad, sino del Príncipe de las tinieblas. Dios no condena nuestra tendencia hacia el mal porque sabe que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Sin embargo, espera que –en respuesta a su misericordia– no cultivemos el pecado. Su gracia no nos exime del deber, sino que nos invita a dominar las pasiones por medio de Cristo y a ser justificados por su sangre cada vez que recaemos en nuestros intentos fervorosos por tener vidas consagradas.
La Biblia es concisa al declarar: “No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los homosexuales, ni los afeminados heredarán el Reino de Dios” (1 Cor. 6:9,10).
Dios no pregunta cuáles son tus inclinaciones, sino cuáles son tus acciones. Dios te hizo libre para escoger. Libertad es actuar sabiendo que hay límites y que excederlos trae consecuencias. Libertinaje es abusar del don de la libertad para exceder los límites que esta compone. Dios te da libertad por medio de Cristo, y te aparta del libertinaje. Considerar erróneamente la libertad como licencia es el primer paso en dirección a corrompernos.
Dios no te condena por lo pecaminoso de tu deseo. En cada cristiano habita el mal de igual manera, manifiesto de diferente forma. Dios no condena el deseo, sino la conducta ante el deseo. Cuando decides conducirte satisfaciendo lo que te incita a pecar, tus conductas dan testimonio de tu adoración: “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efe. 2:10). Así, decides si tu cuerpo es utilizado para la complacencia propia o si es reservado para rendir culto a Dios. De esta manera defines tu salvación.
El comienzo de la restauración de todo cristiano, independientemente de su inclinación sexual, parte del reconocimiento de su condición, y del arrepentimiento de su acción. “Solo Dios mismo puede proporcionar remedio, y esto lo ha hecho mediante el sacrificio de su Hijo. Todo lo que se pide del hombre caído es que ejerza fe: fe para aceptar las condiciones necesarias para perdonar su pasado pecaminoso, y fe para aceptar el poder que se ofrece para llevarlo a una vida de rectitud”, afirma el Comentario Bíblico Adventista en la explicación de Romanos 1:23, 24.
Las tendencias que van en contra del sexo que Dios te ha dado como un regalo no pueden cambiarse voluntariamente; pero cuando sometes tu voluntad a Dios, él es capaz de hacer el “querer como el hacer por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
La verdadera adoración no consiste en otra cosa que dar gloria a Dios con nuestros cuerpos. Implica morir a los propios deseos, porque al conocer al Creador hay una profunda impresión de que solo lo que él demanda es bueno. Adorarle es obedecerle, aunque su mandato vaya en contra de lo que nuestro corazón dicta.
Recuerda: “Dios me ama como soy, pero no me deja como estoy”. Tal vez en tu corazón hay deseos que van en contra del propósito de Dios, pero debes saber que no hay condenación para aquellos que se rinden a los pies del Salvador (Rom. 8:1). Tu confianza no debe depositarse en ser capaz de hacer lo bueno, sino en que el Espíritu Santo te ayudará a abandonar toda obra que te aparta de Dios (Rom. 8:13).
Después de todo, la verdadera adoración no gira en torno a lo que a ti te complace, sino a lo que complace a Dios. “Pero Gracias a Dios que aunque érais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron, y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Rom. 6:17-18).
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 segundo trimestre de 2021.
Escrito por Por Vicky Fleck, estudiante de Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba y miembro de la Iglesia Adventista de Córdoba Centro, Argentina.
0 comentarios