Ya pasó el invierno

Ya pasó el invierno

Ya pasó el invierno

¿Qué experiencia de este complicado 2020 te enseñó y te hizo crecer?

Quisiera tomarme el atrevimiento de leer Cantares 2:11 y 12 y aplicar este pasaje a un tema totalmente diferente del que se trata en el libro (es decir, la relación de pareja en un matrimonio, el de Salomón y su esposa la Sulamita).

Estos versículos dicen así: “Porque he aquí ha pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue; se han mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción ha venido, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola” (Cant. 2:11, 12).

Ahora, te pido que me acompañes por unos instantes a traer a la memoria las emociones que viviste en algunas de las semanas de la Cuarentena.

Quizá te pase que una de las emociones que recuerdas es el miedo. ¿Miedo a perder a alguien; a no volver a salir; a que todo cambie tanto que no reconozcas tu “normalidad”?

Otra emoción tal vez haya sido la tristeza: angustia, ganas de llorar; puede ser por los momentos de soledad, por no ver a tus amigos, a tus familiares, a tu pareja. También puede que hayas experimentado cierta alegría. Sí, así como leíste: alegría por no tener que levantarte tan temprano, alegría por compartir más momentos en familia, alegría por no asistir a clases. Todo esto como simples ejemplos de lo vivido.

Lo cierto es que cada persona lo experimentó de manera única, porque cada uno es único. Quizás aquello que para algunos era tristeza para otros haya sido felicidad, y viceversa.

Y, de pronto, como si solo hubiese sido un sueño, nos encontramos en el “tiempo de la canción”. El “invierno” pasó, la “lluvia” se fue, y –como cada año– acá nos encontramos. Pero, este año fue diferente… cada emoción, cada sentimiento y pensamiento estuvieron rodeados de convivencia, una convivencia de 24 horas, no de algunas horas al día, ¡sino de todo el día! Y, obviamente, esa convivencia no siempre fue “color de rosa”, ¿por qué? Porque somos personas, somos seres llenos de contradicciones, de idas y vueltas, de subes y bajas… así somos, así seguiremos siendo.

Lo cierto es que la experiencia de este año nos debe haber dejado alguna enseñanza, algo para crecer. Y, en torno a lo que nos motiva en esta sección –que es aprender a estar “en paz”–, quisiera invitarte a que dejes el “invierno” atrás, dejes la “lluvia” en el pasado y permitas que –como dice en Cantares– “el tiempo de la canción” realmente reine en tu casa, con tus padres, con tus familiares, con tu pareja, con quien sea que vivas.

Y, por si acaso regresaran el “invierno y la lluvia”, te dejo un par de consejos para que no te estanques en ellos, sino que permitas a la “tórtola cantar”

  1. Antes de discutir con alguien, pregúntate: ¿Vale la pena? ¿Es más importante el tema que la persona?
  2. Detente y considera la importancia de la relación con esa persona y qué pasaría si ella no estuviera a tu lado.
  3. Recuerda que cada uno sufre de manera diferente, y eso no significa que no te comprenda; simplemente, es un ser distinto de ti.
  4. Valora y alégrate también con lo que tienes en el ahora.
  5. Por último, para que el “tiempo de la canción” perdure en tus relaciones, da a Dios el primer lugar; no el segundo, sino el primero.

Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.

Escrito por Jimena M. S. Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Morón, Buenos Aires, Argentina.

Repatriación

Repatriación

Repatriación

El 28 de noviembre de 2019, con un grupo de estudiantes de la Universidad Adventista del Plata, emprendimos un viaje hacia Ecuador, a fin de realizar una campaña de colportaje de verano. Todo surgía según lo planeado, hasta que llegó una pandemia que cambiaría nuestros planes. El virus conocido como COVID-19 frenaba la vida cotidiana y ponía al mundo en jaque. Por la globalización, ahora se exponía a una gran parte del planeta a la misma crisis. Ecuador era una excepción hasta que llegó el primer caso de coronavirus. Desde ese día, comenzó una aventura extraordinaria que quiero contarles.

Ya el 16 de marzo de 2020 –estando en la ciudad de Esmeraldas–, empezamos a escuchar que se veía venir la cuarentena. Entonces, decidimos viajar a Guayaquil, ya que allá íbamos a estar más cómodos. Luego de ocho horas de viaje, llegamos a nuestro destino. El cambio había llegado. Al día siguiente, el Gobierno ecuatoriano decretó cierre de fronteras y aislamiento obligatorio.

La palabra que mejor describía la situación era incertidumbre. Lo único claro era que estábamos varados, sin fecha de retorno; la duda alimentaba nuestros temores.

Comencé con los trámites de repatriación a través de la web del Consulado Argentino, consciente de que era la única forma de regresar a casa. Luego de 45 largos días, llegó la respuesta. Dios había escuchado mis oraciones.

El 30 de abril a las 7:30 de la mañana me llevaron al aeropuerto de Guayaquil. Sobre el mediodía partimos hacia Buenos Aires. Fueron nueve horas de vuelo. Aterrizamos y, de inmediato, nos llevaron a la terminal de ómnibus de la ciudad, donde esperé seis horas. Recuerdo que sentía frío, hambre, sueño e inseguridad. Desde allí viaje a Mar Del Plata, por la cercanía a mi ciudad de residencia. Llegamos a un hotel, y me enteré de una cuarentena obligatoria. A todo esto, yo en pleno siglo XXI no tenía celular. Totalmente incomunicado, pasé ocho días encerrado en una habitación, sin ver la luz del sol. Al séptimo día me hicieron un hisopado que dio negativo, por lo que ya podía irme a casa a seguir con el aislamiento.

Te cuento mi historia para remarcar algo importante: En todo momento vi la mano de Dios. Vi su mano cuando estuve varado, encerrado y solo. Bajo la sombra de su poder, descansaron mis ansiedades. Nuestro Padre celestial está siempre a nuestro lado. Sentir su abrigo en tiempo de crisis fue mi sostén.

Si hoy te estás preguntando “¿Dónde está Dios?”, déjame decirte que está allí, y está allí para ayudarte.

Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.

Escrito por Marcelo Núñez, estudiante de Teología en la Universidad Adventista del Plata.

Reina vs. Reina

Reina vs. Reina

Reina vs. Reina

Siglo XVI, Europa: la Iglesia Católica pierde terreno ante la Reforma Protestante de Martín Lutero. Sin embargo, la pureza original de la religión se diluye en jugadas políticas, coronas que cambian de bando según su conveniencia con fines tan variados como conservar la alianza con la poderosa Iglesia romana o divorciarse de una reina avejentada y legitimar “religiosamente” un segundo matrimonio. Inglaterra y Escocia, lejos de ser ajenas a estos vaivenes, cobran un interesante protagonismo, con un hecho histórico pocas veces visto: el enfrentamiento político y religioso de dos mujeres poderosas.
Gran Bretaña arde. Tras la muerte del controversial Enrique VIII, llega al trono de Inglaterra su hija, Isabel. Mientras que en el norte de la isla (Escocia) otra mujer ostenta la corona: María Estuardo.

Las cosas no son tan simples. La historia es larga y compleja. Basta con decir que en un determinado momento, María –obligada a abdicar– huye de Escocia y se refugia en Inglaterra. Pero allí es una amenaza: es heredera legítima de la corona inglesa, y sus antiguos reclamos al trono la convierten en un peligro latente. Así que, desde su llegada, es mantenida prisionera durante 18 años por su prima, la reina Isabel.

El autor alemán Friedrich Schiller puso en escena la historia del enfrentamiento entre estas dos mujeres en su obra teatral María Estuardo. María fue acusada de orquestar, desde su encierro, un atentado contra Isabel, con el fin de hacerse con el trono inglés. Fue juzgada por los nobles en un proceso poco transparente, encontrada culpable y sentenciada a morir decapitada. Pero para la reina inglesa, la decisión de condenar o indultar no resultará fácil; lo que decida conllevaría un riesgo para su corona. Por momentos parece imponerse la compasión; otras veces vence el odio; otras, el miedo. Cualquier decisión traerá consecuencias desagradables: si deja con vida a María, su trono se verá siempre amenazado. Si la ejecuta, quedará manchada como reina parcial e injusta.

Se le ocurre, entonces, una idea que resolvería su conflicto: administrar veneno a María en prisión, a fin de que muera en circunstancias confusas. La persona ideal para cumplir con el encargo es el viejo carcelero, Amias Pauleto, súbdito leal de su Majestad. Sin embargo, la lealtad a la reina no prevalece sobre sus principios. Pauleto no se presta a un juego injusto.

En el complejo escenario intervienen aliados secretos de María, que prometen liberarla. Mientras, los consejeros de Isabel persiguen sus propios intereses. La traición está siempre latente.

Se produce, entonces, el encuentro entre las dos reinas: Isabel se presenta, en toda su majestad, dispuesta a humillar a su rival. María está obligada por las circunstancias a someterse. Isabel abusa de las palabras, ofende innecesariamente a la reina escocesa y esta, exasperada, deja de lado la prudencia y responde a la misma altura, tratando de hipócrita a la mujer en cuya mano está su vida. La suerte está echada. Isabel, ganada por la ira, firma la sentencia de muerte. Pero, consciente de las consecuencias, no da órdenes claras acerca de qué hacer con el documento; deja librados los acontecimientos a la interpretación de sus secretarios y consejeros. En su afán por quedar libre de consecuencias, intenta no decidir. Pretende delegar su responsabilidad en otros, a los que puede manipular e inculpar.

Sin embargo, la verdad finalmente sale a luz. Inexorablemente, la posteridad la juzga.

¿Quién es justo y quién, culpable? ¿Quién es el ganador y quién, el perdedor? ¿Vale la vida más que la verdad? ¿Vale el objetivo final más que los principios? La fidelidad a las creencias religiosas ¿legitima cualquier accionar? ¿Es correcto respetar las creencias ajenas, aun cuando yo tengo la convicción de que son un error? ¿Hasta qué punto puedo imponer a otros mi fe? ¿Hasta dónde utilizo el nombre de Cristo para obtener o no mi propio beneficio?

La posteridad juzga, pero no siempre resuelve los conflictos. Muchos de ellos deben ser resueltos por cada conciencia, en soledad, frente a Dios, el verdadero Juez.

“Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo” (Fil. 3:8, NTV).

Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.

Escrito por Elisa Torres, profesora de Literatura en el Instituto Adventista Florida, Argentina.

Ciudad de Panamá

Ciudad de Panamá

Ciudad de Panamá

El vuelo llegó a Panamá de noche, lo que me suscitó un gran desafío. Una vez hecho todo el visado, un agente de transporte de una empresa oficial ofreció llevarme hasta la ciudad. Al llegar al hotel, agradecí a Dios por sus cuidados.

En las estaciones de subte, puedes comprar una tarjeta para viajar en subte o en bus. La ciudad es bastante caótica. Las avenidas centrales siempre están muy congestionadas y el tránsito es bastante desordenado. Por este motivo, algunos aconsejan viajar en Uber.

El primer lugar que visité fue el casco histórico. Emplazado en una península de la ciudad, es bien reconocido por sus calles empedradas, antiguos conventos y buena gastronomía. Relativamente cerca se encuentra el mercado, lugar donde se comercian distintos productos marinos.

A través de la cinta costera, se puede hacer un paseo desde el casco histórico hasta el litoral. Después de recorrerla, me dirigí a Panamá viejo. Este sitio histórico queda a las afueras de la ciudad y se puede llegar por medio del transporte público. Son las ruinas de lo que fue la primera ciudad de Panamá. En sus inmediaciones, cuenta con un museo que explica, entre otras cosas, los ataques del pirata Morgan, quien intentó saquear la ciudad, con suficiente resistencia.

Al siguiente día, bien temprano en la mañana, fui a visitar el famoso Canal de Panamá. Llegué por medio del transporte público, y –por llegar en ese horario– tuve la oportunidad de ver pasar por las esclusas de los barcos cargueros. La parada de buses está enfrente de Albrook Mall, y el recorrido tarda aproximadamente una hora y media. Una vez en el sitio, puedes acceder al museo y al canal, comprando los tickets de ingreso.

El Canal de Panamá, emblema de la tan deseada unión entre el Pacífico y el Atlántico, es una magnífica y costosa obra de ingeniería. Hace mucho tiempo, se hizo una gran “obra de ingeniería” incomparable, majestuosa como no hubo ni habrá otra. Dios envió a su Hijo para unir, religar, relacionar nuevamente a Dios con el hombre. Grande amor el de nuestro Dios; por eso: “Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios” (Salmo 146:5).

Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.

Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora y viajera incansable.

Un producto de alta calidad

Un producto de alta calidad

Un producto de alta calidad

En esta última entrega de la serie, Fer y Naty destacan tres consejos para que nuestra búsqueda sea efectiva.

Por nuestro tipo de trabajo, junto con Naty nos encontramos colaborando con empresas que venden tanto de forma física como digital diversos productos y servicios. Conversamos con diferentes dueños de empresas de varios países, y si hay algo que los nuclea a todos es esto: un producto malo no se vende.

Algunos jóvenes solteros me dicen: “No encuentro a nadie”. Yo les respondo: “¿Qué estás haciendo para merecer a alguien o para que alguien se fije en ti?”

Así como nadie va a comprar un producto de baja calidad, es muy probable que nadie se fije en una persona por la cual no se sienta atraída. Es simple.

Ahora, surge la pregunta: “¿Cómo hago para que alguien se fije en mí?”

Consejo número uno

Hay muchas respuestas, pero la principal tiene que ver con una cosa: el carácter.

Aquí Elena de White es clara cuando habla acerca de este tema, de hecho, hay dos libros muy interesantes sobre esto: Mente, carácter y personalidad, tomos 1 y 2. Recomiendo ampliamente la lectura de ambos. Fíjate lo que dice en una de sus citas (le está hablando a su hijo):

“Ud. no cree que para perfeccionar un carácter cristiano hay que considerar lo que se refiere a la fidelidad en las cosas pequeñas […]. Ud., mi querido hijo, debe adiestrarse para ser fiel en las cosas pequeñas. No puede agradar a Dios a menos que lo haga. No puede obtener amor y afecto a menos que haga las cosas como se le piden, con buena disposición y con placer”.

Ahora, te haría bien preguntarte: ¿Soy atento? ¿Es agradable entablar una conversación conmigo? ¿Soy graciosa? ¿Soy respetuoso con mi familia y las personas más cercanas? ¿Soy transparente en mis emociones? ¿Aplico la honestidad a todo lo que hago? Responderte estas preguntas te ayudará a darte cuenta de algunas cosas importantes. Si no puedes autorresponderte, puedes preguntarles a ellos, tu familia más cercana, y tener una respuesta sincera del lado de ellos.
Otra reflexión importante aquí es sobre ser fiel en lo poco. Lo mínimo. Jesús ya lo había dicho en la Biblia. ¿Esto tiene sentido? Claro que sí.

Fíjate: si no te preocupas ahora por tu estudio o por las pequeñas responsabilidades que tienes, ¿cómo podrás ocuparte de mantener un hogar? ¿Podrás darle un futuro digno a tu novia? ¿Estarás segura de brindarle lo mejor de ti a tu futuro esposo?
Por eso, atiende con responsabilidad y diligencia tus deberes como hijo, estudiante, miembro del coro, consejera del club o directora de algún departamento de la Iglesia. Estoy seguro de que cumplir con eficiencia estos deberes hará de ti un gran hombre y una gran mujer.

Consejo número dos

Aquí va otro consejo: Esfuérzate en ser inteligente. Leyendo, más que nada la palabra de Dios, siendo bueno en las cosas que te gustan. Orando y permaneciendo en compañía de Dios a cada paso.

Y ahora te preguntarás: “¿Qué tiene que ver la inteligencia?” Mira lo que dice nuestro amigo Salomón, quien de inteligencia sabía bastante: “Cuando la sabiduría entrare en tu corazón, y la ciencia fuere grata a tu alma, la discreción te guardará; te preservará la inteligencia, para librarte del mal camino, […] serás librado de la mujer [u hombre] extraña[o], de la ajena que halaga con sus palabras, la cual abandona al compañero de su juventud y se olvida del pacto de su Dios” (Prov. 2:10-12, 16-18).
Interesante, ¿o no? Creo que a nadie le gusta ser abandonado por alguien, y menos cuando hablamos de amor. Bueno, ser inteligente, entre otras cosas, te ayudará a elegir bien.

Además, un secreto: ser inteligente es atractivo; claro, sin irte al otro extremo, que sería portarte como un “sabelotodo”.

Consejo número tres

Es simple: construye buenos hábitos. ¿Cómo cuáles? El cuidado personal, la buena lectura, una autoestima saludable, el ejercicio, el trabajo, la puntualidad, la honestidad, el orden y la colaboración, entre otros.

Pero ¿cómo lo hago? Fácil. Otro sabio proverbio te lo explica: “La única seguridad para el alma consiste en pensar rectamente, pues del hombre se dice: ‘Cuales son sus pensamientos íntimos, tal es él’ (Prov. 23:7). […] Si queremos podemos apartarnos de todo lo vulgar e inferior y elevarnos hasta un nivel superior, donde seremos respetados por los hombres y amados por DIOS” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 392)

Es decir, que todo lo que pienso luego se transforma en hábitos.

Claramente, si lo único que consumo es Netflix, novelas, libros de ciencia ficción, videojuegos y cosas que no edifican mis buenos hábitos, será muy difícil poder llegar a tener buenos pensamientos, lo cual me llevará a cosechar malos hábitos.

Fue un placer acompañarte durante este año. Preocúpate por el interior y exterior de tu “producto”, y estoy seguro de que Dios te bendecirá con una persona idónea para ti.

Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.

Escrito por Fernando Liernur, diseñador gráfico y especialista en Marketing Digital.