Si Dios existe, ¿por qué no responde a mi oración?

Si Dios existe, ¿por qué no responde a mi oración?

Si Dios existe, ¿por qué no responde a mi oración?

Un gran dilema que muchos nos hacemos en momentos de crisis. 

¿Existe Dios?

Esta, tal vez, sea la pregunta más intrigante y más importante de todos los tiempos. De acuerdo con la Biblia (1 Rey. 8:27; Sal 139:17, 18; 1 Tim. 6:16), Dios traspasa todos los límites de nuestra comprensión humana. Él es demasiado inmenso para ser comprendido por un método científico y nos es imposible aportar “pruebas” (como la ciencia humana demanda) sobre la existencia de Dios. Desde luego, tenemos evidencias sobre esto y fuertes indicios de su obra e intervención a lo largo de la historia de este planeta.

“Nada surge de la nada”, dice un proverbio popular. De acuerdo con la ley física de “causa y efecto”, todo tiene una causa original. En este sentido, el gran Albert Einstein mostró, mediante su “Teoría de la Relatividad”, que el universo tuvo un comienzo. La pregunta es: ¿Qué había antes de que el universo existiera? Esta pregunta tiene respuesta en la existencia de Dios, un Ser eterno, sin comienzo ni final, que explica el origen del cosmos.

Así, afirmar que toda la naturaleza es fruto de la casualidad es lo mismo que decir que tu teléfono inteligente (que seguramente usas y aprecias) surgió de una explosión en una fábrica de Apple. ¿Quién armó y confeccionó todas las piezas de un celular? Sin duda, una mente diseñadora maestra. 

Tenemos también el caso de nuestro cuerpo. La complejidad de nuestro organismo es mucho mayor que la de una computadora moderna. Cada célula y cada miembro tiene su función. El cuerpo humano es una evidencia clara de la existencia de un Diseñador inteligente, un Creador, que nos formó de manera exacta y precisa. 

La perfecta armonía entre los diferentes tipos de fuerzas de la naturaleza, que favorece la existencia de vida en la Tierra, también apunta a un Diseñador original.

En todas las civilizaciones existe la idea de Dios (interpretada, por supuesto, según la cultura local). En todo el mundo, no hay personas que estén completamente sin religión. La tradición sobre la existencia divina y la costumbre de rendir culto a un ser superior se remontan a los inicios de la humanidad, lo que da indicios de un origen común.

Nadie nace ateo. Psicológicamente hablando, la creencia en Dios es el sentimiento primero y natural de todas las personas. Si existe tal sentimiento, es razonable suponer que también existe su correspondiente.

Finalmente, la mayor evidencia de la existencia de Dios son los millones de personas transformadas por él después de la conversión. Esta experiencia es capaz de promover la verdadera felicidad y la paz.

Entonces, si existe, ¿por qué no responde a mi oración?

¿Crees? ¿Tienes fe? ¿Enfocaste todo el poder de tu pensamiento positivo (como si hubiera algo sobrenatural en él)? Sobre todo, oraste fervientemente para que se cumpliera la petición más deseada de tu corazón y… ¡no pasó nada! ¡Todo quedó igual! Mucha oración y pocos resultados. Mucho clamor y cero respuestas: ¡nada! Dios no “movió un dedo” para cumplir tu sueño. 

A todo esto, se agrega un factor extra: la frustración parece ser mayor cuando escuchas relatos increíbles de respuestas a oraciones, grandes milagros y testimonios poderosos de plegarias respondidas… ¡para los demás! La pregunta que te haces en tu interior es: ¿Por qué esto solo les sucede a los otros, y no a mí?

La Biblia tiene la respuesta a este dilema; aun sabiendo que Jesús garantizó que pidamos y que se nos daría (Mat. 7:7). Debemos entender que hay situaciones en las que Dios no actúa por nuestro bien y por el bien del universo que él gobierna. Dios es capaz de contestar nuestras oraciones, pero sus criterios son más justos que los nuestros.

Te dejo algunos tips para orar de manera más eficaz:

1- Pide específicamente. No hagas una oración genérica del tipo “Bendice mi vida, amén”. Sé puntual en tus peticiones (Sant. 4:2).

2- Ora con frecuencia (Luc. 18:1-7). Hay personas que hablan con Dios como si estuvieran solicitando un servicio de entrega o un delivery. Todo padre quiere pasar tiempo de calidad en una conversación relajada y amistosa con sus hijos. Asimismo, lo importante de la oración no es que Dios nos diga que “sí” a todo, sino poder conversar con el Creador del universo.

3- Pide bien y para tu bien (Sant. 4:3; 1 Juan 5:14). Dios no contesta oraciones que van en contra de sus propósitos de amor por el ser humano, como las peticiones egoístas. ¿Pedimos lo que nos hará bien o lo que beneficiará a nuestros caprichos?

Tal vez, Dios no te da un día soleado para ir a la playa, porque él necesita enviar lluvia al agricultor que oró por eso y que depende del agua para que la cosecha sea efectiva. Sin embargo, si pides lo que él ya ha prometido, el “sí” está garantizado: “Pues en él se cumplen todas las promesas de Dios” (2 Cor. 1:20, DHH). Así que, estudia, conoce y reclama las promesas bíblicas. Ponte en sintonía con la voluntad de Dios: “Si alguno no quiere atender la ley de Dios, tampoco Dios soportará sus oraciones” (Prov. 28:9, DHH), y pide (sobre todo) la guía y la transformación que vienen por medio del Espíritu: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!” (Luc. 11:13).

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2022.

Escrito por Eduardo Rueda, pastor y editor de libros. Trabaja en la Casa Publicadora Brasilera.

Cuando Red Bull no te da alas

Cuando Red Bull no te da alas

Cuando Red Bull no te da alas

Diez claves para proyectarse al más allá.

En 1987 salió el mercado una bebida energizante llamada Red Bull. Las ventas fueron todo un éxito: millones y millones de latas se consumían en todos los lugares del mundo. Hasta el año 2014, la bebida tenía su exitoso y “marketinero” lema: “Red Bull te da alas”. Bajo este eslogan, la bebida se posicionó como un ícono de la superación y los deportes de aventura. Las “alas” mencionadas no eran más que una simple metáfora del supuesto bienestar y “elevación” mental y física que alcanzaba quien consumía este producto. 

¿No creerás tú que una bebida te daría alas de verdad y podrías volar, no es cierto? Bueno, un grupo de personas sí lo creyó y elevó a la empresa una demanda insólita: Benjamín Careathers, quien se declaró un consumidor regular de la bebida, demandó a la compañía por publicidad falsa o engañosa en agosto de 2014. 

Su argumento se basaba en el hecho de que después de diez años consumiendo Red Bull, no tenía ningún atisbo de alas, ni su rendimiento atlético o intelectual había mejorado. Además, mostró investigaciones que probaban que supuestamente una lata de Red Bull tenía menos cafeína que una taza de café. A esta causa se sumó otro grupo de clientes y se creó una demanda colectiva. Por una cuestión de imagen, la empresa no quiso llegar hasta el final y resolvió el caso fuera de la corte, prometiendo devolverle 10 dólares a cualquier cliente estadounidense que compró la bebida desde el año 2002, o 15 dólares en productos de Red Bull. Además, acordó enmendar la futura publicidad (ahora es eslogan dice “aaalas”).

Tal vez, Careathers podría haber consultado a Samuel O. Poore, un cirujano plástico y profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Wisconsin, quien publicó en 2008 en la revista Journal of Hand Surgery un artículo titulado “La base morfológica de la transición brazo-ala”. Allí, planteaba un método para emplear técnicas de cirugía reconstructiva para fabricar alas humanas a partir de brazos humanos. Sin embargo, sus investigaciones mostraron que estas alas serían solo estéticas, ya que no serían capaces de generar la capacidad para elevar a una persona del suelo.

Más allá de estas situaciones extrañas, lo cierto es que ninguna bebida ni ningún implante te dará alas para volar ni llegar hasta el cielo. Sin embargo, el ser humano siempre tuvo el deseo y el impulso de subir sobre las nubes y ha “envidiado” a los pájaros. 

Las historias de superhéroes, los híbridos ave-humano han sido elementos habituales en los mitos, las leyendas, las artes y la cultura popular.

En el siglo IX, el inventor Abbás ibn Firnás construyó un par de alas con madera y seda, se las colocó, se cubrió el resto del cuerpo de plumas… y saltó desde una roca elevada. Aunque sobrevivió, se lastimó terriblemente la espalda. 

El gran Leonardo da Vinci (1452-1519) esbozó cientos de planos de máquinas voladoras con alas movidas por humanos, a las que llamó “ornitópteros”. Pero Superman no existe en la realidad, y Birdman (película que ganó el Oscar en 2015) es solo una ficción. 

Hora de despegar

Es noble tener ganas de superarse. Pero también es pertinente tener los pies sobre la tierra y evaluar las realidades que nos rodean. No se trata solamente de soñar por soñar.

Así como cuando un avión sale de un aeropuerto hacia un destino trazado, y para llegar a destino se analizan y revisan cientos de factores (humanos, mecánicos, climáticos, etc.), no es posible ir detrás de nuestros objetivos sin tener un panorama claro de las situaciones. Elevar los pies del suelo tiene un costo.

Por eso, te presentamos 10 tips para crecer y alcanzar tus metas: 

1-Evalúa tu contexto: Tener noción de la situación que te rodea (ya sea cultural, social, económica, etc.) es clave para saber desde qué base iniciaremos el viaje. Estos aspectos no deben, en sí, desanimarte, pero debes tenerlos en cuenta a la hora de empezar. Por ejemplo, si quieres ser un gran esquiador y vives en una zona tropical donde no hay nieve, tienes que evaluar la situación.

2-Evalúa tus talentos: Este análisis también es clave. No todos tenemos los mismos dones. Y aunque es cierto que los dones se desarrollan, debes tener en cuenta para qué cosas tienes mayor facilidad y qué te gusta realizar.

3-Planifica tus objetivos: No llegarás lejos si no planificas. Esto no implica tener todos los detalles ajustados y toda la vida armada de forma estructuralmente perfecta; no. Pero tienes que tener una noción básica de cómo lograr lo que te propones.

4-Pide consejos: No estás solo, y no tienes por qué iniciar tu vuelo en soledad. Consulta, dialoga, solicita ayuda. Padres, familiares, amigos, pastores, capellanes, líderes de la iglesia pueden tenderte una mano.

5-Considera los riesgos: No esperes un camino fácil ni llano. Volar tiene sus costos. Habrá sacrificios que hacer, actividades que dejar, tiempos que administrar de otra forma, etc.

6-Replantéate la situación si las cosas no salen como lo planificaste: Pocos son los que llegan a la cima en el primer intento. Generalmente el camino al éxito es sinuoso y tiene sus vueltas. Muchos aviones no logran aterrizar en el aeropuerto de destino, pero eso no impide que cumplan su misión. Tener la flexibilidad necesaria para cambiar el rumbo y adaptarse (en el buen sentido) es vital. 

7-Sigue intentando: Desde luego, debes analizar la situación, pero no debes permitir que un fracaso esporádico te desvíe de tu sueño. Si te caes o tropiezas, puedes levantarte y continuar.

8-Haz un alto en el camino: A veces no es posible avanzar frenéticamente hacia las nubes. A veces, es bueno darse un tiempo para parar y reconsiderar la situación. 

9-Capacítate: Sin dudas, nadie nace sabiendo todo. Reconocer que necesitas aprender o pulir algún área de tu vida es una señal de grandeza. ¡Anímate y supérate!

10-Ora y encomienda a Dios tus propósitos: Aparece en el punto 10, pero en realidad es el número 1 y está por sobre todo. Estudiar la Biblia y orar te conecta con Dios, la infinita fuente de sabiduría. Es el primer y gran paso para iniciar una carrera, una relación, un viaje, un trabajo o cualquier cosa que emprendas.

Jesús te da alas

Más allá de todo lo que puedas proyectar en este mundo, debes recordar que tu objetivo principal es llegar al Cielo para vivir eternamente con Jesús. La felicidad no consiste en acumular elementos materiales, sino es prepararse y preparar a otros para la vida eterna.

Jesús murió por ti. Resucitó. Ahora está en el Cielo intercediendo por ti. Quiere darte una vida nueva. Y quiere que estés listo para cuando él regrese. ¡Entonces sí podremos volar! 

Él es el único que te da alas; para ayudarte a superar tus vicios, a vencer tus malos hábitos y a limpiarte de pecado, para transportarte con él a las mansiones celestiales cuando Cristo venga por segunda vez. La Biblia dice esto en 1 Tesalonicenses 4:13 al 18 (DHH): “No queremos que se queden sin saber lo que pasa con los muertos, para que ustedes no se entristezcan como los otros, los que no tienen esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios va a resucitar con Jesús a los que murieron creyendo en él. Por esto les decimos a ustedes, como enseñanza del Señor, que nosotros, los que quedemos vivos hasta la venida del Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. Porque se oirá una voz de mando, la voz de un arcángel y el sonido de la trompeta de Dios, y el Señor mismo bajará del cielo. Y los que murieron creyendo en Cristo, resucitarán primero; después, los que hayamos quedado vivos seremos llevados, juntamente con ellos, en las nubes, para encontrarnos con el Señor en el aire; y así estaremos con el Señor para siempre. Anímense, pues, unos a otros con estas palabras”.

Qué mensaje maravilloso. Nada, ni la muerte, impedirá que disfrutemos la vida eterna con Dios. Sueña en grande ahora y prepárate para el Cielo, porque proyectarse más allá del materialismo reinante también es vivir bien. 

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2022.

El fracaso, las diatomeas y los huesos de Eliseo

El fracaso, las diatomeas y los huesos de Eliseo

El fracaso, las diatomeas y los huesos de Eliseo

¿Qué tienen en común todas estas cosas?

Estaba mirando a Will Smith explicar el viaje de la arena en la serie documental One Strange Rock (Una extraña roca) cuando escuché por primera vez acerca de las diatomeas. Cada año, los vientos impulsan toneladas de arena sahariana, y las transportan en un épico viaje de 9.650 kilómetros, a través del Atlántico y hasta el corazón de la región amazónica del Brasil. 

Resulta que esta arena fertiliza al Amazonas, porque contiene nutrientes como el fósforo y otros fertilizantes esenciales. Sin ella, la región amazónica no sobreviviría. 

Pero, espera un minuto… ¿Cómo es posible que la arena del desierto fertilice a una selva tropical? ¿Qué hace que la arena del Sahara sea tan rica en nutrientes? ¡La respuesta son los cadáveres de diatomeas! 

Las diatomeas son algas unicelulares microscópicas. A pesar de su minúsculo tamaño, tienen una función muy importante: producen alrededor del 50 % del oxígeno que respiramos (¡Y nadie les da las gracias!) Las diatomeas se pueden encontrar en todos los océanos y lagos del mundo.

Sorprendentemente, el Sahara fue una vez un exuberante oasis lleno de lagos, donde vivían miles de millones de diatomeas. Después de florecer, estas diatomeas murieron y se hundieron en el fondo de los lagos. Pero a diferencia de otras algas, las diatomeas no se descomponen porque sus paredes celulares, también llamadas coberturas, están compuestas de sílice. Como resultado, los “esqueletos” de estas diatomeas se acumularon como sedimentos en el fondo de los lagos. Cuando los lagos se secaron, expusieron las coberturas de las diatomeas, permitiéndole al viento reescribir su historia.

¿Cómo defines el éxito? Cuando los sueños se secan y los oasis se convierten en desiertos, a menudo saco conclusiones precipitadas y etiqueto esas experiencias como “fracasos”. ¡Estoy tan apurada por lograr resultados tangibles! Y aunque la paciencia es una virtud indispensable, hay un punto todavía más importante que tendemos a olvidar.

El punto es que, como cristianos, tenemos una definición del éxito que es mucho mejor. El éxito no es simplemente el resultado, sino el viaje en sí. En el reino de Dios, ser fiel es ser exitoso. Fuimos llamados a dar lo mejor de nosotros mismos, confiando en que Dios garantizará los resultados. Esto nos permite anclar nuestra identidad en un terreno mucho más firme que el éxito o los logros.

Por esto, cuando nos enfrentamos a un aparente fracaso, no desesperamos. “Yo respondí: ‘¡Pero mi labor parece tan inútil! He gastado mis fuerzas en vano, y sin ningún propósito. No obstante, lo dejo todo en manos del Señor; confiaré en que Dios me recompense’ ” (Isa. 49:4, NTV, énfasis agregado). Para comenzar a mirar a través de la lente de la fidelidad, en lugar de los logros, debemos aprender el arte de ver lo invisible.

A primera vista, la muerte de Eliseo parece un final infeliz e irónico para la vida de este profeta. El mismo hombre que Dios usó para sanar a tantos yacía indefenso en la cama. El profeta que resucitó al hijo de la sunamita estaba sucumbiendo a una enfermedad común. Mientras que su predecesor, Elías, fue llevado al Cielo en un carro de fuego, no hubo fanfarrias para Eliseo. Había pedido una doble porción del espíritu de Dios, pero su último acto registrado en la Biblia fue enojarse con el rey Joás por su falta de fe (2 Rey. 13:19). ¿Fue su carrera como profeta un fracaso? Por supuesto que no. ¡Eliseo fue fiel!

Para correr un poco el velo de lo invisible, la Biblia registra una historia inusual. Algún tiempo después de la muerte de Eliseo, un grupo de israelitas estaba enterrando a un hombre. De repente divisaron una banda de asaltantes moabitas y, aterrorizados, arrojaron el cuerpo en la primera tumba que encontraron. ¡Resultó ser la tumba de Eliseo! Cuando el cuerpo tocó los huesos de Eliseo, el hombre volvió a la vida (2 Rey. 13:20, 21). 

Amo esta historia porque ilustra poderosamente cómo Dios se encarga de los resultados. Eliseo estaba muerto y enterrado; no sabía nada y no podía hacer nada. Pero servimos a un Dios que puede obrar milagros con huesos secos y cadáveres de diatomeas. Entonces, sin que Eliseo ni siquiera moviera un dedo, Dios reescribió completamente su historia.

Dios nos llama a ser fieles, no a ser exitosos. Considera cuánta gracia hay en ese llamado. Dios está quitando la carga del éxito de nuestros hombros y colocándola sobre sí mismo (Mat. 11:29). Él nos invita a enfocarnos en lo invisible; a anclarnos en él. 

No permitas que las circunstancias te engañen. Los resultados finales siempre están en las manos de Dios. ¡Sé fiel! El viento del Espíritu puede impulsar los restos secos de tus sueños y usarlos para fertilizar un paraíso lejano, verde y exuberante. Incluso después de que te hayas ido, Dios puede usar tu ejemplo de fe y obediencia para revitalizar a otros. Permanece fiel. 

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2022.

Escrito por Vanesa Pizzuto, Lic. en Comunicación y escritora. Es argentina, pero vive y trabaja en Londres.

¿Ya viene el fin del mundo?

¿Ya viene el fin del mundo?

¿Ya viene el fin del mundo?

La guerra entre Rusia y Ucrania nos lleva a pensar en las señales que muestran que este planeta pronto se termina.

Como cristianos, podemos caer en el error de pensar que las señales que Cristo nos dejó como anuncios de la inminencia de su segunda venida son un fin en sí mismas. Pero, tenemos que estar seguros de lo que creemos, como dice Jesús en Mateo 24:14: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. Jesús dijo esto luego de dar algunos ejemplos de esas señales: guerras, rumores de guerras, pestes, hambres y terremotos (vers. 6, 7). Pero, hasta que no sea predicado el evangelio del Reino, no llegará nunca el esperado fin.

Si leemos el verso 4 de Mateo 24 –la advertencia principal antes de hablar sobre las señales en sí mismas–, Jesús nos dice que “nadie nos engañe”. El engaño es parte de la obra de Satanás, quien quiere dividir a la iglesia, causar discusión, miedo, peleas y dudas. Por esto, es nuestra responsabilidad velar para que las fake news no nos engañen. 

Aquí vemos la importancia de pasar tiempo con Dios. “Velar” significa estar al día con Dios, ser luces para las personas que viven en la oscuridad. Hay algunos errores que pueden prevenir únicamente aquellos que “velan y oran, para que no entren en tentación” (Mat. 26:41). 

Cuando hablamos de las señales, nos referimos a aquellas “pistas” que Jesús mismo nos dejó para que nos demos cuenta de los tiempos en los que vivimos. Estas deben alertarnos y no sorprendernos, si realmente estamos firmes. Oramos para que sepas y reacciones ante estas señales. 

La gran pregunta es: ¿Estamos cumpliendo la misión o nos estamos dejando desviar por las señales? El propósito de las señales es prepararnos para algo mayor y mejor: la segunda venida de Cristo. 

Me preocupa ver que muchos tienen temor frente a la pandemia del coronavirus, y creen cuanta información reciben por WhatsApp o Facebook, y no dudan en compartir a sus contactos, pensando que de esta forma estarán alertando a otros sobre la situación del mundo. También tenemos en este momento una guerra entre Rusia y Ucrania, y observamos que el mundo entero está paralizado sin saber qué sucederá mañana. 

Déjame decirte una cosa: Solo Dios tiene el control del mundo, solo él sabe qué sucederá mañana; por eso, no debes preocuparte sino, más bien, aferrarte a sus promesas y entregar cada día tu corazón a Jesús. Estoy convencido de que las señales fueron puestas para despertarnos espiritualmente y hacernos el llamado que de otra forma no percibiríamos de parte de Dios. Todos tendríamos que hacer un análisis de Mateo 24 y de toda la Biblia con respecto a la segunda venida de Cristo. Solo de esta manera podremos “perseverar hasta el fin y ser salvos” (Mat. 24:13). 

No es hora de estar callados ni de sorprendernos por lo que está pasando y pasará en este mundo de aquí en adelante. El lema de este año para los Jóvenes Adventistas es “Yo voy”. Un lema del todo oportuno.

Yo voy a prepararme cada día para no ser engañado. Yo voy a estar alerta a la situación del mundo confiando en que Dios está en el control. Yo voy a velar por mi salvación y la de mi iglesia cada día. Yo voy a fortalecer mi vida espiritual estudiando la Biblia, orando y compartiendo con otros las verdades de Dios. Yo voy a perseverar hasta el fin, sin importar las consecuencias, ya que el Señor tiene una corona lista para mí. Yo voy a predicar el evangelio, porque sé que es la única forma de aproximar la venida de Jesús. 

Si estás de acuerdo con cada una de estas afirmaciones, es porque el Señor quiere usarte para este tiempo. No es casualidad lo que está pasando; todo tiene una razón. El Señor te está llamando, no resistas más al trabajo que Dios empezó en tu vida; es ahora el tiempo para cumplir la misión. 

Esta cita de Elena de White me gusta, y me da fuerza y ánimo. La comparto contigo: “Dios espera un servicio personal de cada uno de aquellos a quienes ha confiado el conocimiento de la verdad para este tiempo. No todos pueden salir como misioneros a los países extranjeros, pero todos pueden ser misioneros en su propio ambiente, para sus familias y su vecindario” (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 30). Y, así como Jesús lloró al ver la situación de Jerusalén antes de su destrucción, también me duele observar cómo avanzamos hacia la destrucción de nuestro mundo actual, al hallar jóvenes perdidos en las drogas, adictos a las redes y sumergidos en “distracciones”, llevándolos a otro puerto que no es el ideado por Dios. Al ver iglesias vacías, hermanos desinteresados con y por la causa, es urgente el llamado a despertar de nuestro sueño espiritual. Cada señal es un paso más hacia el cumplimiento que tanto estamos esperando como hijos e hijas de Dios. 

Quisiera poder ver una iglesia unida y dispuesta, entregada a la misión de todo corazón. No te dejes llevar por este mundo, “porque aún un poquito y el que ha de venir vendrá y no tardará” (Heb. 10:37).

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2022.

Escrito por Santiago Fornés, Lic. en Teología y capellán en el Instituto Adventista de Morón, Argentina.

El infierno son los otros

El infierno son los otros

El infierno son los otros

Diez consejos para hacer de este mundo un pedacito de cielo.

“No quiero salir más, ni quiero tener contacto con nadie presencialmente”. La alegría que caracterizaba a Juan (es un seudónimo, no el nombre real del protagonista de esta historia) había desaparecido por completo. El aislamiento que tuvo que guardar debido a la pandemia de la COVID-19 lo llenó de temor. Ese ser sociable, al que le gustaba conversar personalmente con sus amigos y hacer miles de actividades, se volvió solitario y hostil, aun cuando (con las adecuadas medidas sanitarias, como el uso del barbijo y el distanciamiento social) se reiniciaron las actividades en la iglesia y en la escuela bajo la llamada “nueva normalidad”.

Para Juan, todo había cambiado. Ya no era el de antes. Por miedo al contagio (aunque estaba vacunado), veía en cada persona alguien que podía contagiarlo. Así, se fue aislando cada vez más, al punto de no querer salir de su habitación.

¿Conoces a alguien como Juan? ¿O tal vez tú eres como él? Hay una realidad innegable: Esta pandemia nos ha vuelto más solitarios y distantes entre nosotros. Por diversas causas, tenemos la tendencia a encerrarnos en nosotros mismos y de pensar solo en nosotros, olvidándonos de todas las ventajas que implica la vida en comunidad.

Una frase muy famosa

El filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-1980) es el autor de la famosa frase “El infierno son los otros”. Quizá calificar de “infierno” a la gente que nos rodea sea algo exagerado, pero sí es verdad que a veces lo último que queremos es encontrarnos con determinadas personas, y que haríamos lo que fuese por no tener que intercambiar una conversación o compartir una actividad con ellas. Es cierto, también, que a veces necesitamos momentos de soledad para pensar y repensar decisiones. No obstante, si tenemos o sentimos rechazo por la compañía humana, estamos en problemas.

En tiempos de pandemia y encierro por coronavirus, de obligatoriedad de uso de barbijos, de personas que maltratan a los médicos con los que comparten el edificio, ¿se actualiza aquel postulado sartreano de que “El infierno son los otros”? ¿O el infierno es el virus? ¿O somos nosotros mismos, que creemos que los demás valen menos que nosotros y no los consideramos correctamente?

Normalizando lo que no está bien

Las restricciones de reuniones en espacios públicos y el trato libre cara a cara se han alterado durante la pandemia de la COVID-19. Mantener la distancia física para prevenir el contagio modificó la manera de relacionarnos con los demás en todos los ámbitos (familiar, laboral, educativo, afectivo, etc.), y nos llevó a pensar, en algunos casos, que no necesitamos de nadie para ser felices. Grave error.

Por la COVID-19, del espacio público y las interacciones cara a cara se pasó a la comunicación mediante pantallas. Y pensamos que esto es lo adecuado y que siempre será así.

Para no normalizar lo que no está bien, te proponemos los siguientes tips. 

  1. Mantén el equilibro. Que las pantallas o los medios tecnológicos para comunicarte con los demás no sean tu único medio de relacionarte con los otros. Usa las nuevas tecnologías de manera equilibrada.
  2. ¡Reactívate! En la medida de lo posible (con los pertinentes cuidados y hasta donde las reglamentaciones del lugar donde vives te lo permitan), organiza encuentros con algunos amigos cercanos para pasear, caminar, salir a comer, o –simplemente– conversar. Poco a poco, reinicia tus actividades sociales.
  3. No tengas temor. Esto te paraliza y te obnubila. No te deja actuar. Sí, ten precaución y cuidado. Pero no pierdas la oportunidad de volver a relacionarte cara a cara y de compartir conversaciones y momentos con tus amigos.
  4. No te quedes atrás. Seguramente, las prácticas de tu equipo de fútbol (o de algún otro deporte) ya retomaron; algo similar ha sucedido con la práctica de algún instrumento o el ensayo de coro. Involúcrate en estas actividades si ya lo hacías antes.
  5. No te olvides de la empatía. ¿Qué significa esto? Es ponerse en el lugar del otro y fortalecer el interés por los demás, a fin de construir relaciones duraderas y asegurar un clima afectivo positivo en la iglesia, la escuela o la familia. Esta actitud implica una disciplina que implica comprender a los demás.
  6.  Confía y practica la confianza. Un aspecto esencial para fortalecer y mantener las relaciones con los demás es ser confiable. Para conseguirlo, debemos mantener la integridad en cuanto a nuestras opiniones y acciones, evitando cambiar constantemente de ideas respecto de lo que decimos o hacemos.
  7. Aprende a escuchar. Para mantener buenas relaciones con los demás, es necesario practicar una escucha activa, que consiste en atender el discurso de las otras personas sin interrumpir y dar señales de atender con interés lo que se dice.
  8. Si tienes que criticar, critica en privado. Jamás uses las redes sociales para criticar a un amigo. Dicho de otro modo, si tienes algo malo para decir, hazlo de manera personal y privada.
  9. Ten y mantén el buen humor. Si bien es cierto que hay problemas y tristezas, a nadie le gusta relacionarse (personal o virtualmente) con una persona que está todo el tiempo quejándose. Sé alegre y difunde alegría. Aun en medio de las crisis, aprende a compartir con los demás lo bueno de cada situación y la lección que puedes sacar de ella.
  10. Mantén el contacto. Algo importante para llevarse bien con el resto de personas consiste en tomarnos el tiempo necesario para ver cómo están los demás. Aunque parezca una cuestión bastante obvia, en ocasiones los días se pasan y no tenemos noticias de alguno de nuestros amigos… Puedes hacerles una llamada, escribirles algunos mensajes o ir a visitarlos, a fin de comprobar que se encuentran bien. Ten un trato cercano.

Un cielo aquí, en la Tierra

Es cierto que estamos en un mundo complicado, lleno de pandemias, guerras, enfermedades y muertes. Más allá de esto, Dios nos creó como seres sociales. Nuestra familia, nuestros amigos y quienes nos rodean están lejos de constituirse en un infierno para nosotros. Al contrario. Si sabemos cultivar las relaciones, la compañía de los demás bien puede volverse un pedacito de cielo en esta Tierra.

Por eso, recordemos y valoremos estos dos consejos bíblicos:

“Más valen dos que uno, pues mayor provecho obtienen de su trabajo. Y si uno de ellos cae, el otro lo levanta. ¡Pero ay del que cae estando solo, pues no habrá quien lo levante!” (Ecl. 4:9, 10, DHH).

“Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca” (Heb. 10:24, 25, DHH).

Recuerda que relacionándote de forma adecuada con los demás puedes tener una vida social agradable, y eso es vivir bien.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2022.

¿Cuánto contacto físico es demasiado?

¿Cuánto contacto físico es demasiado?

¿Cuánto contacto físico es demasiado?

Mantener la pureza sexual implica mucho más que la penetración genital.  

Si tuvieras que puntuar hasta dónde has llegado a experimentar las relaciones físicas en una escala que va del 1 al 10, donde 1 representa besos ligeros y 10 representa la consumación del acto sexual, ¿qué puntaje tendrías? Esta puede resultar una pregunta incómoda, y aunque no sabré tu respuesta y no tienes que compartirla públicamente, uso esta consigna como disparador para que puedas reflexionar sobre los alcances de la pureza sexual en la vida afectiva de los cristianos.

En medio de sermones, cultos jóvenes, clases de Biblia, folletos de Escuela Sabática o Club de Conquistadores, crecemos dentro de la iglesia escuchando el consejo de esperar hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales. Sin embargo, no siempre se especifica correctamente qué implica relacionarse sexualmente con otra persona, y desde dónde se comienza a transitar caminos que ponen en peligro la integridad.

Repetidas veces se insta a los jóvenes a ser vírgenes hasta el matrimonio, se recalca la importancia de no usar mal la sexualidad fuera de ese contexto, pero en la actualidad este discurso suena anticuado. ¿Por qué esperar para disfrutar del placer sexual, pudiendo experimentarlo en el noviazgo y sin tener que asumir el compromiso de casarse?

Y, si bien es cierto que, en medio de sermones, libros y consejos, nos sentimos conmovidos ante el llamado a ser puros y deseamos de todo corazón hacer lo correcto, no estamos dispuestos a renunciar a aquellos deseos que nos impiden alcanzar el ideal elevado que Dios nos propone.

En algunos casos, conservar la pureza se confunde con mantener la virginidad; y así, sin darse cuenta, uno puede corromperse sin llegar a ser consciente en el momento, hasta que es demasiado tarde para revertir las consecuencias de ir tan lejos.

Técnicamente, mantener la virginidad requiere evitar la penetración genital. Pero, antes de llegar a esto, se van traspasando los límites físicos: un beso apasionado, una caricia sobre la ropa (y luego por debajo), hasta llegar a practicar la estimulación genital mutua. Y el alivio de la conciencia suele ser que todavía mantienen la virginidad… perdiendo de vista que lo que realmente le importa a Dios es nuestra pureza sexual.

Porque puedes conservar tu virginidad técnicamente y aun así estar destruyendo tu pureza sexual. Aquí llegamos al punto importante: a la parte que define tu integridad.

David, aquel rey que se propuso en su corazón un día ser fiel a su Dios, en un momento comenzó a traspasar los límites de la integridad, al alimentar el placer sexual que le producía ver a una mujer desnuda desde su balcón. Conocemos cómo continúa la historia, pero me interesa, mucho más que hablar de su transgresión, observar la transformación que hubo en él luego de arrepentirse y decidir andar en la rectitud otra vez. En el Salmo 51:10 dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”.

Él deseaba vivir en pureza, y para conservarla debía buscar arduamente ser cada vez más limpio, alejarse de la tentación que ponía en riesgo su integridad. Durante la adolescencia y en la juventud, la vida parece muy larga como para tener que detenerse a medir las consecuencias de las acciones, y esto lleva a muchos a situarse en el terreno de la tentación demasiado a menudo, y caen poco a poco en equivocaciones más frecuentes.

Generalmente nos preguntamos qué tanto acercamiento físico podemos tener sin que eso sea contado como un pecado. Esto refleja una imagen equivocada de las leyes divinas, que no están para decirnos qué tan lejos puedo llegar sin transgredir el límite, sino qué tan lejos puedo huir de aquello que impida tener un corazón íntegro. Amar la obediencia no porque sea fácil ni atractiva, sino porque lo único que nos acerca más a la vida plena y abundante que el Señor nos quiere dar es el principio de la integridad.

Sé que generalmente estimamos la pureza muy poco y demasiado tarde, pero en la pureza es donde hallamos una forma armoniosa y plena de tomar decisiones y hallar una vida digna.

Joshua Harris, en Les dije adiós a las citas amorosas, escribió: “La verdadera pureza implica una determinada y persistente búsqueda de lo que es justo y recto. Esta dirección comienza en el corazón y la expresamos por medio de un estilo de vida que huye de toda oportunidad que pueda ser comprometedora”.

El ideal que Dios nos ha propuesto no es imposible o inalcanzable. Es desafiante, pero satisfactorio. Trae bendición y paz. Puede ser que en el pasado hayas cometido errores y tu integridad sexual haya estado corrompida por actos que te avergüenzan en el presente, pero así como David, el anhelo de tu corazón y tu oración puede ser: “Señor, hazme más parecido a ti, ayúdame a huir de la tentación, a evitar cualquier situación que pueda comprometer mi pureza, para conservarme íntegro sin importar lo que tenga que perder para alcanzarlo”. 

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

Escrito por Vicky Fleck, estudiante de Psicología  y miembro de la Iglesia Adventista de Córdoba Centro.