Esa mañana, cuando me asomé por el balcón del hotel donde me estaba hospedando, vi a un sacerdote budista con la túnica naranja típica ofrecer a los vecinos un amuleto floral. Cuando una de las vecinas se lo compró, el sacerdote le asperjó agua en su cabeza mientras ella permanecía arrodillada, y él elevó una plegaria.

Bangkok es la capital de Tailandia y se caracteriza por los cientos de templos budistas diseminados por toda la ciudad. Los templos más importantes son:

Wat Pho, o templo del Buda reclinado, de más de 43 metros de largo y con cerca de 15 metros de alto.

Wat Traimit, o templo del Buda de oro, que alberga una estatua de Buda de oro macizo.

Wat Intharawihan, o templo de Buda gigante, con una estatua de Buda de 30 metros de alto, que la convierte en la más grande de toda la ciudad.

Wat Phra Kaew, o templo del Buda de esmeralda.

El Buda no es considerado un dios, ni un ser divino ni un profeta, sino un ser iluminado. En esta creencia, no existe la idea de un Dios creador.

Con respecto a su gastronomía, ofrecen platos con productos de mar, donde realzan sus condimentos, muy picantes.

Una de las noches en que recorría la ciudad, me atreví a degustar un saltamontes (langosta), en un puesto callejero. Su sabor no difería del de cualquier snack, pero este venía acompañado de gusanos, que no quise probar.

Todas las mañanas, cuando hacía mi culto personal, agradecía a Dios por sus cuidados, por permitirme conocer esta ciudad; porque sé que él es mi Creador, mi Padre, quien me creó por amor. “Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré” (Sal. 139:13).

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2019.

Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora, y viajera incansable.

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