¿Cuánto contacto físico es demasiado?
Mantener la pureza sexual implica mucho más que la penetración genital.
Si tuvieras que puntuar hasta dónde has llegado a experimentar las relaciones físicas en una escala que va del 1 al 10, donde 1 representa besos ligeros y 10 representa la consumación del acto sexual, ¿qué puntaje tendrías? Esta puede resultar una pregunta incómoda, y aunque no sabré tu respuesta y no tienes que compartirla públicamente, uso esta consigna como disparador para que puedas reflexionar sobre los alcances de la pureza sexual en la vida afectiva de los cristianos.
En medio de sermones, cultos jóvenes, clases de Biblia, folletos de Escuela Sabática o Club de Conquistadores, crecemos dentro de la iglesia escuchando el consejo de esperar hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales. Sin embargo, no siempre se especifica correctamente qué implica relacionarse sexualmente con otra persona, y desde dónde se comienza a transitar caminos que ponen en peligro la integridad.
Repetidas veces se insta a los jóvenes a ser vírgenes hasta el matrimonio, se recalca la importancia de no usar mal la sexualidad fuera de ese contexto, pero en la actualidad este discurso suena anticuado. ¿Por qué esperar para disfrutar del placer sexual, pudiendo experimentarlo en el noviazgo y sin tener que asumir el compromiso de casarse?
Y, si bien es cierto que, en medio de sermones, libros y consejos, nos sentimos conmovidos ante el llamado a ser puros y deseamos de todo corazón hacer lo correcto, no estamos dispuestos a renunciar a aquellos deseos que nos impiden alcanzar el ideal elevado que Dios nos propone.
En algunos casos, conservar la pureza se confunde con mantener la virginidad; y así, sin darse cuenta, uno puede corromperse sin llegar a ser consciente en el momento, hasta que es demasiado tarde para revertir las consecuencias de ir tan lejos.
Técnicamente, mantener la virginidad requiere evitar la penetración genital. Pero, antes de llegar a esto, se van traspasando los límites físicos: un beso apasionado, una caricia sobre la ropa (y luego por debajo), hasta llegar a practicar la estimulación genital mutua. Y el alivio de la conciencia suele ser que todavía mantienen la virginidad… perdiendo de vista que lo que realmente le importa a Dios es nuestra pureza sexual.
Porque puedes conservar tu virginidad técnicamente y aun así estar destruyendo tu pureza sexual. Aquí llegamos al punto importante: a la parte que define tu integridad.
David, aquel rey que se propuso en su corazón un día ser fiel a su Dios, en un momento comenzó a traspasar los límites de la integridad, al alimentar el placer sexual que le producía ver a una mujer desnuda desde su balcón. Conocemos cómo continúa la historia, pero me interesa, mucho más que hablar de su transgresión, observar la transformación que hubo en él luego de arrepentirse y decidir andar en la rectitud otra vez. En el Salmo 51:10 dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”.
Él deseaba vivir en pureza, y para conservarla debía buscar arduamente ser cada vez más limpio, alejarse de la tentación que ponía en riesgo su integridad. Durante la adolescencia y en la juventud, la vida parece muy larga como para tener que detenerse a medir las consecuencias de las acciones, y esto lleva a muchos a situarse en el terreno de la tentación demasiado a menudo, y caen poco a poco en equivocaciones más frecuentes.
Generalmente nos preguntamos qué tanto acercamiento físico podemos tener sin que eso sea contado como un pecado. Esto refleja una imagen equivocada de las leyes divinas, que no están para decirnos qué tan lejos puedo llegar sin transgredir el límite, sino qué tan lejos puedo huir de aquello que impida tener un corazón íntegro. Amar la obediencia no porque sea fácil ni atractiva, sino porque lo único que nos acerca más a la vida plena y abundante que el Señor nos quiere dar es el principio de la integridad.
Sé que generalmente estimamos la pureza muy poco y demasiado tarde, pero en la pureza es donde hallamos una forma armoniosa y plena de tomar decisiones y hallar una vida digna.
Joshua Harris, en Les dije adiós a las citas amorosas, escribió: “La verdadera pureza implica una determinada y persistente búsqueda de lo que es justo y recto. Esta dirección comienza en el corazón y la expresamos por medio de un estilo de vida que huye de toda oportunidad que pueda ser comprometedora”.
El ideal que Dios nos ha propuesto no es imposible o inalcanzable. Es desafiante, pero satisfactorio. Trae bendición y paz. Puede ser que en el pasado hayas cometido errores y tu integridad sexual haya estado corrompida por actos que te avergüenzan en el presente, pero así como David, el anhelo de tu corazón y tu oración puede ser: “Señor, hazme más parecido a ti, ayúdame a huir de la tentación, a evitar cualquier situación que pueda comprometer mi pureza, para conservarme íntegro sin importar lo que tenga que perder para alcanzarlo”.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.
Escrito por Vicky Fleck, estudiante de Psicología y miembro de la Iglesia Adventista de Córdoba Centro.
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