El camino a casa

Jul 1, 2022 | Semillas al viento | 0 Comentarios

Una separación, un viaje, una estrella… y una gran lección de vida.

Hacía por lo menos dos años que no la veía. La pandemia de coronavirus me había impedido viajar a la Argentina, y desde Inglaterra, donde vivo, es imposible divisarla. 

Por eso, esa noche de verano, bajo el impactante cielo patagónico, me la quedé mirando hasta que me dolió el cuello. Allí estaba, fulgurante, la pequeña constelación que siempre me hace sentir en casa: la Cruz del Sur. Cuando me mudé a Inglaterra supe que muchas cosas iban a cambiar, ¡pero no me imaginé que hasta el cielo nocturno sería diferente! Aunque hay constelaciones que se pueden ver desde ambos hemisferios, hay muchas otras que no; la Cruz del Sur es una de ellas. Por eso, esas manchitas brillantes de luz en el firmamento siempre me indican que llegué a casa. 

Mucho antes de que existiera la brújula o el sistema de posicionamiento global (GPS), la Cruz del Sur ya guiaba a los viajeros. La conocían los indígenas mapuches, los guaraníes, los incas y los araucanos. También la usaban los maoríes para orientarse en altamar con sus canoas. Y, cuando los primeros exploradores europeos cruzaron la línea del Ecuador, notaron que la Estrella del Norte (Polaris) desaparecía bajo la línea del horizonte. Los cielos australes, en cambio, les ofrecían otra forma de orientarse: la Cruz del Sur, la constelación que señala el camino al Polo Sur.

Como todo integrante del Club de Conquistadores sabe, una vez localizada la Cruz del Sur (que se distingue de otras cruces por su proximidad a Alfa Centauro y Beta Centauro), basta con proyectar su brazo más largo hacia abajo, aproximadamente cuatro veces, para encontrar el sur. Una vez obtenido ese punto, podemos transformarnos en “Rosas de los Vientos humanas”. Con la espalda al sur, miramos hacia el norte. Y, si extendemos los brazos, el derecho apuntará hacia el este; y el izquierdo, al oeste. Tomando la Cruz como referencia, sabemos dónde estamos. Y, al extender los brazos, adoptando la forma de la cruz, sabemos hacia dónde vamos. 

Es interesante notar que aquello que usamos como punto de referencia nos moldea a su imagen. Los valores que constituyen los puntos cardinales de nuestra brújula moral determinarán nuestro destino (y también la manera en la que andamos por el camino).

Todo esto es importante por una razón muy simple: tarde o temprano, todos nos desorientamos. Irónicamente, a veces nos perdemos porque hay demasiada “luz artificial”. Las luces artificiales, cuando son usadas en exceso, producen contaminación lumínica: un resplandor que opaca a las estrellas. De la misma manera, por incómodas que sean, las etapas de oscuridad y dolor pueden servirnos mucho. Nos permiten reorientarnos y encontrar la Cruz que marca el camino de regreso a casa. 

Al pasar por etapas de cambio en las que nos sentimos perdidos, recordemos que la misma oscuridad que nos pone al límite es la que hace que las luces artificiales pierdan su encanto. Sin negar la incertidumbre o el miedo que la oscuridad puede traer aparejados, sigamos mirando hacia arriba. Porque es justamente en la oscuridad donde brillan más los amigos fieles y los valores probados por el tiempo, como la integridad, el coraje, la compasión y la empatía. 

Por perdidos que estemos, si aprendemos a reconocer la importancia de los valores que aprendimos en nuestra infancia, siempre podremos encontrar el camino de regreso a casa.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

Escrito por Vanesa Pizzuto, Lic. en Comunicación y escritora. Es argentina, pero vive y trabaja en Londres.

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