Moscú

Mar 29, 2019 | Artículo destacado, Bitácora de viaje

Recuerdo que, en los años siguientes a la caída del Muro de Berlín, todos querían participar de una u otra manera en la obra de dar a conocer el evangelio a un pueblo que no había tenido acceso a la Palabra de Dios.

En mayo de 2011 se presentó la oportunidad de ir a Rusia junto con mis padres. Para una estadía de tres días, contratamos una habitación en un hostel ubicado en el segundo piso de un antiguo edificio. Gustavo y Dámaris, un matrimonio argentino que había aceptado el llamado para servir como misioneros, nos llevaron el sábado al único templo construido por el Estado durante el anterior régimen, el cual era compartido con la Iglesia Bautista.

Ese mediodía almorzamos con ellos en un parque, al mejor estilo campestre sobre un césped ralo pero alto, ya que no se lo cortaba, para diferenciarse de Occidente.

En los dos días restantes, pudimos ver la réplica del Palacio de madera del Zar Mikhaslovich y el Palacio Ekaterina, de estilo rococó, con sus bellos jardines. En el centro histórico, conocimos el antiguo emblema de Rusia, la pequeña ciudadela del Kremlim, con su vistosa muralla de ladrillos rojizos, la cual circunda y da protección a la casa de Gobierno, una iglesia ortodoxa del tiempo de los zares y un pequeño parque.

Hoy, ante los grandes desafíos que implican las diferentes creencias y costumbres, y a casi treinta años de la apertura religiosa, la Iglesia Adventista cuenta, por la gracia de Dios, con 111.531 miembros distribuidos en 1.809 iglesias.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2019. Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora y viajera incansable.

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