Superar el odio y un padre ausente

Oct 23, 2018 | Yo pude | 2 Comentarios

Una infancia arruinada y una adolescencia en problemas no son obstáculos para el poder de Dios.

¿Estás enojado con la vida?  Te entiendo. Me pasó.

Nací en 1999. Hoy tengo 19 años y asisto a la Iglesia Adventista de Nuevo Oriente, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Conocí la iglesia a través de Mirella Cruz, quien me invitó muchas veces cuando yo tenía 13 años.

Mi vida era un desastre. Crecí con mucho odio en mi corazón, pues mi padre nos abandonó a mi hermana y a mí cuando éramos niños. Él le pegaba mucho a mi madre. Si bien eso terminó cuando se fue, yo lloraba porque no tenía papá. Cada Día del Padre era horrible y de gran soledad. Crecí con rencor, y desparramaba ese sentimiento por todos lados. En la escuela era el peor en conducta y el peor en notas.

Entre los diez y los doce años, empecé a tener varios vicios. Uno fue la adicción a los videojuegos. Pero, luego fue peor. Me uní con jóvenes más grandes que me iniciaron en el camino del cigarrillo y el alcohol.

Mi hermana y yo estábamos siempre solos. Mi madre trabajaba todo el día. Yo vivía prácticamente en la calle. Hacía cualquier cosa. No tenía control. Gracias a Dios, cuando me invitaron a robar y a otras actividades delictivas, me negué.

Fue entonces cuando Mirella me invitó a la iglesia. Y fui. Allí conocí a Jesús, que estaba dispuesto a perdonar todos mis pecados.

No hubo un milagro instantáneo, pero me di cuenta de que al leer la Biblia, orar e ir a la iglesia, mi vida se iba transformando. Ya no peleaba tanto. Ahora tenía más paz. Dejé de estar en la calle y me quedé en casa, estudiando. Por primera vez en mi vida empezaba a ser feliz. No tenía más odio en el alma, y había encontrado una familia en la iglesia y en el Club de Conquistadores.

Dios fue cambiando mi forma de pensar y mi forma de hablar. Me bauticé en 2012. Ese día me sentí libre. Sentí que Dios me abrazaba y me decía: “Yo soy tu padre, nada te faltará”. No tuve padre, pero tengo un Padre.

Mi cambio fue tal que pasé de ser el peor de la clase a ser el mejor. Terminé la escuela siendo el abanderado y con las notas más altas. Me gané una beca para estudiar en la Universidad.

Aún tengo cosas que seguir cambiando y mejorando. Pero sé que Dios no me abandona y que siempre me ayuda. Dios transformó mi vida. ¡Yo pude, gracias a él!

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2019. Escrito por José Carlos Ortiz, estudiante.

2 Comentarios

  1. Mauricio Tapia

    Dios es nuestro padre amoroso y en sus brazos podemos encontrar paz

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    • Revista Conexión 2.0

      Así es, Mauricio. Gracias por tu testimonio.

      Responder

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