Son tres historias, tres experiencias, tres vidas… Son reales y concretas. Son desinteresadas y anónimas; aunque sus protagonistas son reales y es verdad todo lo que dicen y vivieron en diferentes lugares.
Siempre escuchamos historias de voluntarios de diferentes partes del mundo, y muchas veces hasta soñamos serlo algún día; pero lo importante es que hay que decidirlo, y que para ser voluntario hay que empezar a serlo.
Estas historias intentan mostrar, en pocas palabras, algunas vivencias buenas y malas, pruebas y anécdotas de lo que estos jóvenes vivieron en sus lugares de trabajo. Y cada uno de ellos nos muestran que no hay una sola manera de cumplir con lo que Dios nos encomendó. Pero todos mencionan que, a pesar de las pruebas y las dificultades, Dios está con nosotros, y que cuanto más cerca estemos de él, más nos va a mostrar cómo servirlo.
El voluntario busca siempre seguir el ejemplo de Jesús cuando estuvo en la Tierra: primero, responder a las necesidades físicas, emocionales y/o espirituales de las personas; y recién después mostrar por medio de la amistad y las relaciones sociales a Aquel que nos amó tanto que envió a su Hijo para morir por nosotros.
A veces pensamos que para ayudar a los demás primero debemos cambiar nuestra vida, pero, como veremos a continuación, estas historias nos muestran que, en realidad, ayudar a los demás cambia nuestras vidas.
Una caja de sorpresas
Mi voluntariado en Kirguistán fue una continua caja de sorpresas. Algunas propias de las diferencias culturales, los cambios en el trabajo, las relaciones interpersonales, y la vida misma. Pero también sucedió, al adaptarme al lugar donde vivía y disfrutar de la experiencia, que los días se hicieron rutinarios: sentirse en casa, el trabajo de enseñanza de idiomas de siempre, y las caras de siempre.
Cuando transitaba el noveno mes de mi estadía allá, atravesé por una serie de sucesos poco agradables que parecían que iban a oscurecer el final de mi año como voluntaria. Oré muchísimo para que el Señor me diera fuerzas y que el espíritu misionero sea más fuerte que cualquier circunstancia.
Fue en ese momento cuando recibí una invitación inesperada que cambió todo. Luego de varias circunstancias aparentemente casuales, un instituto de enseñanza privada me contactó para que trabajara allí durante los últimos meses de mi estancia en el país. Parecía una buena oportunidad para renovar el aire y obtener ciertos beneficios, pero estaba cansada y con bastante trabajo en el Centro de Influencia en el que desarrollaba la mayor parte de mis tareas.
Estuve a punto de rechazar la oferta, pero vino a mi mente la siguiente idea: “¿Cuál es mi objetivo como voluntaria? ¿Cumplir mi trabajo y volver a casa?” En los establecimientos que pertenecen a la iglesia a veces tenemos mucha precaución con hablar de Dios, por los controles que el gobierno ejerce sobre nosotros, pero fuera de ellos, si bien hay que ser siempre cuidadosos, tenemos más libertad. Además, si yo quería hacer más amigos e influenciar sobre más personas, este era un buen lugar para encontrarlos.
Y eso es lo que encontré en este instituto. Noventa alumnos que hicieron una diferencia, no solo en mi vida como voluntaria, sino además en mi forma de ver la misión. Personas con las que hicimos amistades tan lindas, que me hicieron entender en forma práctica el valor de las relaciones personales a la hora de compartir mi fe.
Con ellos no solamente nos veíamos en clase, sino también en festejos del instituto, salíamos a comer juntos, a hacer compras en el bazar, o simplemente a pasear. Con varios alumnos hicimos amistades más cercanas, que mantengo hasta el día de hoy gracias a las redes sociales, y pude invitarlos a la iglesia y a otros programas religiosos. Su curiosidad hacía que me hicieran preguntas sobre mi estilo de vida, a partir de las cuales podíamos tener conversaciones más profundas sobre nuestras creencias. En algunas oportunidades pude hacer oraciones con ellos, regalar libros espirituales, incluso la Biblia.
Ellos fueron quienes estuvieron aquel día triste de nuestro adiós en el aeropuerto. Con los líderes del instituto viví varias circunstancias que me dieron la oportunidad de testificar en cuanto a lo que dice la Biblia respecto a cómo guardar el sábado, el estado de los muertos y la vida cristiana, entre otros temas. También organizamos una fiesta latina, con la que yo me despedí de todos y en la que también pude hablar abiertamente de Dios y cómo él dirige mi vida.
Aprendí la importancia de aprovechar cada oportunidad que el Señor me da para hacer amigos, y que la constante oración debe ser por discernimiento para que Dios nos muestre cómo influenciar sobre otros; no limitarse a lo que se nos asigne como tarea, puesto que esa es solo la excusa para contactar personas. El trabajo misionero más fuerte viene después, fuera del aula de clases, fuera de la cancha de fútbol, fuera de la oficina… Y, por último, estar preparada para todas las sorpresas hermosas que Dios tiene en el campo misionero, que no es solamente un año afuera, es para toda la vida.
Lejos de casa
Estar distanciado del hogar no es fácil, y menos cuando tienes que enfrentarte a tus miedos, a tu temperamento, a tus propios errores, a un mundo totalmente diferente, a aprender de nuevo qué es lo que está bien y qué es lo que está mal en otra sociedad, a ser humilde y a pensar mucho más de lo que lo hacías antes.
Quiero contarte una experiencia que tuve. A los dos meses de estar como voluntario, caminaba por un lugar y me paró un policía. Automáticamente trate de evadirlo, por algunas razones. Primero, no había hecho nada malo, y segundo, realmente no entendía mucho el idioma. Sin embargo, él me siguió unos metros y me volvió a hablar. Lo miré, y automáticamente me pidió el pasaporte. Yo sabía que podía negarme a dárselo a él y que podía mostrárselo sin tener la necesidad de soltarlo. Por eso, traté de tenerlo en mi mano. No obstante, el policía forcejeó y me lo quiso sacar. De inmediato me puse a pensar: “Es grande, es policía, es otro país, y no tengo idea de qué pasará si me pongo firme”. Así que, lo solté. Pasados unos segundos, el policía se fue con mi pasaporte. No tuve otra opción que seguirlo, dado que ese documento era indispensable para mí. En ese momento intenté llamar a mi director del grupo de trabajo, pero no logré comunicación con él.
A las pocas cuadras, mientras caminábamos por un pasillo lleno de negocios al costado, entramos en una tienda de celulares. Adentro había una sala con una mesa larga y unos bancos. El policía me pidió que me sentara. Si tengo que contar realmente cuáles eran mis sentimientos en ese momento, sin entender el idioma, sin entender nada de la situación, realmente estaba nervioso y no quería estar ahí.
Mientras me hacía algunas preguntas sobre mi trabajo, llegó otro policía. Me preguntaron sobre mi familia, y si llevaba alguna bomba. En un momento me hicieron parar y me revisaron todo: la billetera, las fotos que tenía dentro de mi celular, todo… Luego, llegó otro policía. Este solo se sentó y observaba la situación. No voy a mentir, sentía una incomodidad total; que estaba perdiendo mi dignidad y que no podía hacer nada. Al final, tomaron mi billetera, sacaron dinero y me hicieron la seña de no decir nada y que me fuera.
Ese mes siguiente fue muy difícil. Si veía un policía, caminaba tal vez diez cuadras más para no cruzarlo. Realmente me había quedado mal, pero tenía que superarlo. Con la ayuda de Dios, y con oración, todo fue mejorando.
Necesitamos recordar las veces que Dios nos cuida, porque somos muy olvidadizos. Si hoy me preguntaran ¿qué es para ti ser misionero?, mi respuesta sería: no solo es predicar y llevar el evangelio. Hay algo antes de todo esto, y es poder mantenerte en sintonía con Dios continuamente, constantemente… todo lo demás llegará solo. Lograrás el éxito al estar en continua comunión con Dios.
Mi propósito no es contar cómo o cuántas bendiciones me regaló Dios por un año a su servicio, pero no tengas la menor duda que fueron muchas, incontables. Y no lo digo como algo superficial. Hablo de forma específica, digo que trabajar para Dios te cambia el carácter, la personalidad, moldea tu vida; pero debes buscar esa Fuente de poder y poner en práctica tu fe.
Puedes ser misionero donde vayas. Podrán cambiar el país, la gente, la cultura, pero lo que nunca cambiará será que todo lo que hagas dependerá de tu continua relación con Dios.
Una misión, una decisión
2 de enero de 2017, asiento 16A del vuelo TK 348, rumbo a Asia Central. La ropa y el idioma de los demás pasajeros me indican que estoy muy lejos de casa, y que los meses que tengo por delante serán un verdadero desafío, una aventura junto a mi Jesús.
Grandes montañas, temperaturas extremas y tormentas de nieve me dieron la bienvenida. Y desde un comienzo las personas del lugar se mostraron amables y curiosas. No es común ver occidentales en esta parte del mundo. Quizás una de las anécdotas más graciosas de experiencias que viví fue el día en que dos taxistas comenzaron discutir en un lenguaje que no entendía, y a tironear de mi ropa para que viajara con uno de ellos. Este tipo de momentos no se olvidan fácilmente. La adaptación, a veces, toma formas inesperadas.
En el transcurso de un año como voluntario en un país donde el idioma, el horario, las costumbres y algunos conceptos básicos son tan diferentes de los propios, el aprendizaje es constante, y cada jornada se ve enriquecida con un sinfín de situaciones en las que nuevos conocimientos, palabras, actitudes y modos de vivir se vuelven parte de nuestra vida. Pero, aun así, nada de esto hubiese sido posible sin el paso que di en el sentido de lo que quería. Y esa fue, sin lugar a dudas, mi mayor enseñanza: debemos tomar decisiones, debemos dar pasos con sentido.
Cuando pienso en esto, recuerdo al pueblo de Israel frente al Jordán. Y es sabido que los sacerdotes tuvieron que caminar y mojarse los pies para que el río se abriera. Muchas veces leí y escuché sobre este momento que narra la Biblia, pero recién cuando lo viví entendí la importancia que tiene el hecho de avanzar, de salir, de levantarse, de tomar una decisión y actuar en consecuencia, para que Dios pueda manifestarse con poder y, sobre todo, de manera real y concreta en todas las áreas de la vida. Vacilamos muchas veces en umbrales que nos detienen a evaluar, a analizar y repensar nuestra existencia. Por supuesto que en ocasiones es necesario, pero no nos acomodemos allí: Dios no nos muestra su voluntad meramente con el fin de que la tengamos en cuenta, lo hace si la vamos a seguir.
Han pasado ya ocho meses desde mi regreso. Los recuerdos son muchos, variados y, por cierto, agradables. La emoción de haber estado en ese país y haber compartido hermosos momentos con cada una de las personas con quienes me relacioné continúa intacta. Miro hacia atrás, y puedo ver que no fue fácil concretar este sueño. Hubo de todo: un poco de renuncia, muchas incógnitas, algo de valor, y sin duda, una gran alegría por formar parte de esta experiencia.
Muchas fueron mis vivencias allí: desde manadas de lobos hasta no poder mover una pierna estando solo en medio de las montañas; orar en el nombre de Jesús junto a un grupo de jóvenes que poco sabía de nuestro Salvador; compartir lo que Dios hizo en mi vida con alguien que actualmente reconoce el sábado como día del Señor. Notar cómo de a poco el idioma dejó de ser una barrera, para transformarse en un canal de bendiciones. Y obviamente, ver la mano de Dios en cada una de las actividades que realizamos en ese hermoso país.
A quienes leen esto, les digo: sean decididos, avancen. Lo que Jesús tiene preparado para ustedes es mucho más grande de lo que puedan imaginar.