Entendiendo el origen de mi identidad sexual

Entendiendo el origen de mi identidad sexual

Entendiendo el origen de mi identidad sexual

 Fuimos diseñados por el Creador, y su plan siempre es el mejor. 

Actualmente, nuevas corrientes sugieren que el origen de la identidad sexual no tiene que ver con el cuerpo, sino con la mente. Así, insinúan que lo que creemos ¡eso somos! 

No comprender las diferencias entre ambas cuestiones ha puesto en riesgo la identidad de género de muchas personas, que cedieron a pensamientos que ponían en duda lo sabido; es decir, el sexo que les fue asignado a partir de sus características anatómicas.

El movimiento LGBTIQ+ lucha por más derechos para las personas que se autoperciben como sexuadas fuera de la normativa binaria: masculino o femenino. También está en auge la filosofía de la teoría Queer, que propone que en una misma persona el sexo, el género y el deseo sexual pueden no ser uniformes, ni pertenecer a una misma clasificación. Así, una misma persona puede ser físicamente de sexo masculino, pero tener un deseo sexual femenino, y por lo tanto, autodeclararse de género no binario, es decir, ni masculino ni femenino. 

Esta teoría da una explicación alternativa para quienes tiene un cuerpo que biológicamente les asigna un sexo con el que no se sienten identificados, porque su deseo sexual los identifica más con una clasificación diferente de la que su biología natural les asigna. 

Ahora, si bien es cierto que nuestros pensamientos acerca de lo que somos definen en gran parte lo que somos, ¿qué consecuencias pueden haber de dejarnos definir sexualmente por pensamientos que surgen de ideologías erradas y antibíblicas?

Frente a las problemáticas

Los problemas de identidad sexual desencadenan cuadros de depresión, ansiedad, bipolaridad y otros diagnósticos de desorden mental, producto de una desorientación y poca noción del autoconcepto, es decir, de quién soy. Durante la adolescencia, nuestro cuerpo comienza a experimentar cambios biológicos, que anuncian la llegada de la etapa de madurez sexual. Pero, aunque el cuerpo madura sexualmente, la mente y el espíritu deben atravesar un proceso lento de comprensión, dominio propio y responsabilidad para gestionar adecuadamente los impulsos que aparecen en esta edad.

Para los Queer, el deseo sexual es el que determina tu identidad sexual. Para Dios, el cuerpo que él ha diseñado  no fue una equivocación, y es lo que determina quién eres no solo sexualmente, sino integralmente. Para Dios, el hecho de que no haya armonía entre lo que eres verdaderamente y lo que sientes no se resuelve con cambiar la forma de definirte a ti mismo, tampoco comportándote de una manera antinatural, uniéndote en relaciones íntimas y afectivas románticas con una persona de tu mismo sexo. Eso solo va pervirtiendo el diseño original. 

Diseño original = Felicidad

Dios ha pensado en cada detalle al crear a los seres humanos. El Creador pensó en cómo el carácter de un hombre, su fuerza, su virilidad, su determinación y liderazgo serían el complemento ideal para la mujer, que es visionaria, detallista, creativa; posee mayor capacidad de detectar emociones, de poner en palabras lo que sucede y de organizar lo que está desordenado. 

Lo femenino y lo masculino no solo se complementan, también hay diferencias que generan tensiones y roces inevitables. Cada sexo con sus peculiaridades, y cada relación heterosexual con esas tensiones y roces naturales, hacen que ambos tengan que trabajar –individualmente e interiormente– con el objetivo de poder ser más sumisos y humildes, a semejanza de Cristo.

El diseño de hogar cristiano en Edén no admite un modelo homosexual ni homoparental. No se trata de estereotipos normativos, tampoco de normas impuestas; ese modelo no fue hecho para que cada quién opine y decida sobre la base de su propia opinión. Como dice Romanos 1:24 y 25: “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador […]».

Algunos pretenden cambiar la verdad absoluta e inmutable de Dios por mentiras de hombres, de criaturas que pretenden ser más sabias que su Creador, negando su existencia y formulando teorías a partir de pensamientos dirigidos por el príncipe de las tinieblas. Definir tu identidad sexual por lo que piensas, aunque eso vaya contra el diseño de tu cuerpo, es una deshonra al Creador; es decirle a Dios a la cara: “Tú te equivocas”. Eso, para Dios, es una deshonra al cuerpo y desgarra su corazón.

Dios tiene poder para hacer nuevas todas las cosas, pero no puede obligarte a que le entregues tu corazón. El primer paso para que ocurra en ti una renovación del entendimiento, esa transformación que no tiene nada que ver con un cambio externo por miedo o por culpa, sino con una renuncia a lo que te habías aferrado –sean ideologías, pensamientos, ideas, ajenos a la cosmovisión divina de quién eres y lo que vales–, es rendirte a los pies del Señor, y confesarle que necesitas que traiga entendimiento a tu confusión y luz a tu oscuridad, a fin de que te brinde un propósito que defina tu verdadera identidad.

Dios te ha creado para algo mucho más grande que la sola satisfacción de tus deseos. Su plan de redención te incluye; tu identidad, para él, no es un asunto de elección, es un asunto de aceptación. Y recuerda que tu valor está determinado por el Único que se atrevió a tomar tus pecados sobre sí, y morir en una cruz por ti.

ste artículo es una adaptación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2022.

Escrito por Vicky Fleck, estudiante de Psicología y miembro de la Iglesia Adventista de Córdoba Centro, Argentina.

La cadena del elefante

La cadena del elefante

La cadena del elefante

Un componente vital para cuidar y mejorar tu salud emocional es la alegría. ¿Qué hacer para obtenerla y conservarla?

Los cuidadores de los zoológicos suelen atar a los elefantes adultos con una cadena de metal a una delgada estaca de madera clavada en el suelo. El elefante, que puede pesar en su edad adulta unos cinco mil kilos, podría romper la cadena y escaparse sin esfuerzo. Pero, no lo hace; ni siquiera lo intenta. ¿Por qué? Porque cuando el elefante era pequeño, los domadores utilizaban los mismos métodos. En ese momento, una cadena y una simple estaca en el suelo podían retener al elefante e impedir que este pudiera escapar por más que se esforzara.

Al crecer, el elefante asumió que era imposible romper la cadena que lo ataba, pues anteriormente no pudo hacerlo. Cuando ahora el elefante ve esa cadena, recuerda lo que aprendió en sus primeros años. No es cierto que hoy no pueda escapar; pero no importa que sea cierto o no, importa que él cree que no puede escapar.

A lo largo de nuestra vida, diversas experiencias nos han ido formando. Para bien o para mal, hemos aprendido mucho acerca de múltiples cosas. Si nuestro entorno nos ha enseñado que estamos atados a ciertas cadenas, por mucho potencial que tengamos, nunca nos decidiremos a intentar romperlas. En nuestra vida, esas cadenas del elefante representan nuestras creencias o actitudes autolimitantes, que nos frenan.

Estas experiencias del pasado pueden ser rechazos, fracasos o situaciones traumáticas. Tal vez sean mucho más poderosas que simples cadenas. Pero Dios nos creó para ser libres y para superarnos constantemente. No tenemos por qué atarnos. Cuidar nuestra salud emocional es vital para lograr esto.

7 beneficios de la risa

Desde luego, nadie espera o cree que en la vida solo obtendremos situaciones divertidas y que todo será risas. No. Sin embargo, a veces no valoramos la importancia que la risa tiene para nuestra salud mental.

Estadísticamente, en promedio, un niño menor de tres años se ríe más de cien veces al día. ¿Y un adulto? En promedio, solo ríe quince veces. Debemos tratar de superar esa media, ya que la risa trae grandes beneficios a nuestro organismo:

  1. Ejercicio: Con cada carcajada, se ponen en marcha cerca de cuatrocientos músculos, incluidos algunos del estómago que solo se pueden ejercitar con la risa.
  2. Limpieza: La carcajada hace vibrar la cabeza y se despejan la nariz y el oído. Además, se elimina toxinas, porque con el movimiento el diafragma produce un masaje interno, que facilita la digestión y ayuda a reducir  las sustancias tóxicas.
  3. Oxigenación: Gracias a la risa, entra el doble de aire en los pulmones, posibilitando que los órganos y la piel se oxigenen más.
  4. Analgésico: Durante el acto de reír se liberan endorfinas, los sedantes naturales del cerebro, similares a la morfina. De ahí que se utilice para terapias de convalecencia que requieren una movilización rápida del sistema inmunitario.
  5. Rejuvenecimiento: Reírse rejuvenece, ya que estira y estimula los músculos de la cara. Tiene, además, un efecto tonificante y antiarrugas.
  6. Dulces sueños: La risa genera una sana fatiga, que elimina el insomnio.
  7. ¡Adiós, estrés!: Con la risa, se liberan ciertas hormonas (endorfinas y adrenalina) que elevan el tono vital y nos hacen sentir más bienestar.

¿Qué dijeron sobre la alegría estos grandes pensadores?

  • “Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras tristezas, nuestros problemas perderían importancia” (Anatole France, escritor francés).
  • “Los mejores médicos del mundo son: el doctor dieta, el doctor reposo y el doctor alegría” (Jonathan Swift, político y escritor irlandés).
  • “¡Cuán bueno hace al hombre la dicha! ¡La alegría es contagiosa! (Fiodor Dostoievski, novelista ruso).
  • “No existe nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor” (Charles Dickens, escritor británico).
  • “La alegría ha sido llamada el buen tiempo del corazón” (Samuel Smiles, escritor y reformista escocés).

Aumentando la alegría

Así como entrenas tus músculos en un gimnasio o practicas un deporte para jugarlo mejor, la alegría, como el resto de las emociones, puede fomentarse usando simples técnicas. Prueba con estas:

  1. Analiza lo que te agrada: Tienes que conocer qué actividades sanas te resultan más placenteras, ya sea leer en la comodidad de tu hogar o salir a caminar al aire libre. Debes identificar qué cosas te hacen más feliz y dónde encuentras alivio para tu estrés. Algunos lo hacen tocando un instrumento, otros armando rompecabezas y otros jugando al fútbol. Cuando lo tengas en claro, practica esta actividad dos o tres veces por semana.
  2. Aprende a pensar de manera positiva: Sí, desde luego que esto no es tarea sencilla. Pero, si pensamos esto, ya no estamos cumpliendo la consigna. Si está lloviendo, no te quejes por el sol que no alumbra, celebra que las plantas están recibiendo agua. Cambia tu manera de ver las cosas y las situaciones. Te sorprenderás de cuántas miradas positivas eres capaz de tener, aun en medio de contextos complejos. 
  3. Transforma tus caídas: Desde luego, hay distintos grados de situaciones. La clave es aprender de ellas. Recuerda el refrán popular: “Nunca pierdo. O gano o aprendo”. Trata de extraer alguna lección de vida de tus derrotas. 
  4. Piensa en soluciones, no en problemas: Madurar también implica tomar cuenta de una situación y dedicar tiempo a solucionarla, más que a quejarse. Piensa y sé creativo. Hay muchos más caminos al éxito de lo que te imaginas.
  5. Ayuda a los demás y comparte la alegría: No fuimos creados por Dios para vivir de manera egoísta. Servir a otros es una fuente de felicidad. Busca un lugar para trabajar de manera comunitaria e intégrate a las actividades misioneras de tu iglesia o tu escuela. Cuanto más servicio y alegría brindes, más recibirás. 
  6. Pide ayuda y escoge bien tus compañías: Nadie se las sabe todas. No es errado solicitar a alguien que nos ayude a ser más alegres y optimistas. Esto también se relaciona con el tipo de amigos que tienes o las personas con las que te relacionas. Si están quejándose todo el tiempo y lamentando sus penas, es señal de que debes pensar en buscar la compañía de aquellos que también, como tú, procuran la alegría.
  7. Busca a Dios: Puedes hacer de cualquier cosa o persona la fuente de tu alegría. Pero la verdadera base o cimiento está en tu Creador. Si tienes y mantienes una relación con él, tendrás felicidad. Así lo expresa el Salmo 16:11 (DHH): “Me mostrarás el camino de la vida. Hay gran alegría en tu presencia; hay dicha eterna junto a ti”. Y así lo dice Elena de White: “Aquellos para quienes Dios es lo primero, lo último y lo mejor son las personas más felices del mundo” (Mensajes para los jóvenes, p. 34).

No mires tus cadenas. Mírate al espejo y sonríete. Recuerda que con alegría puedes cuidar tu salud emocional, y eso es vivir bien.

La alegría según Salomón

  • “La esperanza de los justos es alegría; mas la esperanza de los impíos perecerá” (Prov. 10:28).
  • Engaño hay en el corazón de los que piensan el mal; pero alegría en el de los que piensan el bien” (Prov. 12:20).
  • El deseo cumplido es causa de alegría” (Prov. 13:19, DHH).
  • El corazón alegre hermosea el rostro; mas por el dolor del corazón el espíritu se abate” (Prov. 15:13).
  • El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos” (Prov. 17:22).

Este artículo es una adaptación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2022.

¿Está mal querer ser rico?

¿Está mal querer ser rico?

¿Está mal querer ser rico?

Cuando el dinero (no) hace la felicidad.

Hablar de dinero siempre es un tema complicado. En los tiempos de los apóstoles, se creía que la riqueza era una señal de la bendición de Dios. Así, cuanto más tenías más santo debías de ser. Con el tiempo y el testimonio de los mártires, algunos desarrollaron la idea contraria, haciendo de la pobreza y del sufrimiento una prueba de fe o de santidad.  

Entonces, si el dinero o la pobreza no son determinantes, ¿está mal querer ser rico? Antes de anticipar una respuesta, es necesario repasar algunos conceptos importantes de la Biblia

No podemos vivir para el dinero

Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores […] no podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6:24). El problema está en la actitud hacia el dinero, y no en el dinero en sí. Si sirvo a Cristo, mis recursos van a estar dedicados a su obra; si no, solo voy a estar concentrado en conseguir más dinero.

Pablo escribió: “Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Tim. 6:10) ¿Significa esto que el dinero es malo, causante de dolores y que nos hace extraviar de la fe? No, el problema no es el dinero, o la riqueza, en sí mismos: es el “amor al dinero” y la “codicia”; es el lugar y el propósito que se le da en la vida. 

No podemos negar su importancia

Dios no tiene problemas con el dinero; de hecho, desea que prosperemos “en todas las cosas”, siempre que el crecimiento sea también espiritual (3 Juan 1:2). Además, en Deuteronomio 8:18 dice: “Acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas”. El Señor no reparte dones que sean malos; todos los dones que da son para la edificación de la iglesia. Entonces, ¿cuándo surgen los problemas? Cuando nos olvidamos de Dios.

Adoramos a Dios con nuestros bienes y recursos. El diezmo y las ofrendas son parte de nuestro culto al Señor (Mal. 4:10-12). Con estos medios se avanza en la obra de predicar el evangelio.

Es obvio, pero comemos, nos vestimos y vivimos con dinero (Ecl. 5:19). Jesús habla de no preocuparnos en exceso ante estas cosas, sino confiar en que nuestro Padre conoce y suple nuestras necesidades. Pero, para esto, Dios bendice nuestros esfuerzos en el trabajo y la administración de los recursos que nos da a nosotros, a nuestros padres o a quienes nos ayuden si pasamos por una necesidad (Mat. 6:25-34). En las manos de Dios, nuestros bienes y riquezas pueden ser empleados en el servicio y la asistencia de quienes más lo necesiten (Hech. 4:34, 35).

Teniendo en cuenta estas consideraciones, ¿podemos afirmar que el dinero es malo y nada más? No, forma parte de la vida y debemos ser sabios en su administración. ¿Podemos lanzarnos a la búsqueda de adquirir bienes y recursos como si fuera lo principal en la vida? Tampoco. Lo primero es Dios y todo nuestro ser debe estar sujeto a su dirección. ¿Cuál es el equilibrio? 

Estudiando los principios de mayordomía

En primer lugar, debemos recordar que todo pertenece a Dios; nosotros solo somos administradores de lo que él nos provee (1 Crón. 29:14). Así haya sido por herencia, esfuerzo o ingenio, todo viene por el Señor y tenemos que usarlo para el Señor. Veamos:

-Todo lo que hacemos debe ser hecho “para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31).

-Los recursos obtenidos siempre deben tener un origen en prácticas honestas (Prov. 20:23).

-Seamos “dadores alegres” (2 Cor. 9:7). Adorar a Dios con los diezmos y las ofrendas es un privilegio (Mal. 4:10-12). 

-Asegurémonos de estar haciendo “tesoros en el cielo”, no de buscar acumular bienes en este mundo. Seamos ricos “en Dios” (Luc. 12:13-21). 

-Debemos aprender a tener contentamiento con las bendiciones que el Señor nos da (1 Tim. 6:6-8), estando dispuestos a administrar la abundancia o la escasez (Fil. 4:12, 13). Recordemos siempre que la felicidad no está en las cosas materiales que podamos tener (Luc. 12:15). 

¿Cuál es el lugar que le doy en mi vida al dinero? ¿Es el dinero en sí mismo un objetivo o es solo un medio para ayudar a otros, predicar el evangelio y sostener a mi familia? Podría pensar que si obtengo mucho dinero y soy rico entonces podré dar mucho y hacer mucho para Dios. La Biblia nos demuestra que no necesito ser rico ni tener mucho dinero para poder hacer grandes cosas por el Señor. Pedro dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret […]” (Hech. 3:6-8). 

Si tu deseo es servir a Dios, presta atención a no olvidarte de Dios (Deut. 8:11-18) y a que Jesús forme siempre parte de tu vida. Estudia los principios de mayordomía presentes en la Biblia y en los escritos de Elena de White

Un antiguo canto cristiano decía: Ego sum pauper, nihil habeo, me ipsum dabo (“Yo soy pobre, nada tengo, me doy a mí mismo”). Asegurémonos de que le damos al Señor la totalidad de nuestro ser, y entonces él bendecirá el trabajo de nuestras manos según su voluntad y sabiduría. 

Este artículo es una adaptación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2022.

Escrito por Santiago Fornés, Lic. en Teología y capellán en el Instituto Adventista de Morón, Argentina.

Cuando no hay respuestas

Cuando no hay respuestas

Cuando no hay respuestas

Un testimonio de fe para todos aquellos que perdieron a un ser querido.

El verano estaba llegando a su fin. Mientras alistaba el bolso en casa de mis padres, luego de pasar unas maravillosas vacaciones con ellos, mi madre introducía más obsequios, como era de costumbre. Papá, minutos antes de que llegara la hora de mi partida hacia la estación, me dijo que no iba a poder acompañarme. Con una enorme sonrisa y nuestras miradas llenas de amor, me fundí en sus abrazos. Nos despedimos con un “hasta pronto” y con planes de vernos nuevamente en el invierno.

Todo comenzó con una fiebre. Mamá pensó que mi padre podría tener una simple gripe. Papá siempre fue cuidadoso con su salud y acompañaba la buena alimentación con ejercicios. No aparentaba sus 65 años. Pero ahora tenía algo que ni los médicos sabían el origen. 

Mientras tanto, en todos los medios de comunicación se hablaba de un virus llamado COVID-19, que estaba azotando el continente asiático y europeo. El sistema sanitario de Argentina aún no estaba capacitado para detectar ese virus en pacientes; solo se sabía de algunos síntomas.

A mi padre la respiración se le hacía cada vez más costosa. En primera instancia, el diagnóstico del especialista fue neumonía. Pero pasaban las horas y su cuadro se iba agravando cada vez más.

Nos conectamos inmediatamente por una llamada. Con la voz apagada y a la misma vez esperanzada en que iba a recuperase, me prometía que pronto nos íbamos a ver. Y esa fue la última vez que escuché su voz.

Por el avance de las investigaciones, los médicos hicieron el testeo a fin de descartar este agente nuevo y extraño en el cuerpo de papá. Pero él ya no podía respirar por sus propios medios y necesitaba un mecanismo artificial. Los resultados llegarían pronto. Estaba confirmado: él tenía COVID-19.

Las fronteras estaban cerradas, y una cuarentena estricta y obligatoria se activaba en todo el país. No podía viajar para estar con mi familia. La impotencia de estar lejos en esos momentos difíciles fue terrible. No tuve ni el tiempo de aceptar el diagnostico de mi padre, ya que en unas horas mamá me llamaría para darme la noticia más triste de mi vida: había fallecido.

Solo habían transcurrido tres semanas de aquella despedida. Mi retina aún visualiza a mi padre con mucha vitalidad, sin antecedentes de enfermedades. Pero mi papá falleció el 1º de abril de 2020. No pudimos despedirlo, ya que su cuerpo fue cremado, por seguridad sanitaria. Con mamá aislada y yo lejos, todo parecía una pesadilla.

“¿Por qué ha permitido Dios que me ocurra esto a mí?” Esta es una pregunta que me hice. Es la pregunta que todos los creyentes se han esforzado por contestar. Si creemos que Dios tiene la obligación de explicarnos su conducta, deberíamos examinar los siguientes pasajes de la Biblia. Salomón escribió en Proverbios 25:2: “Gloria de Dios es encubrir un asunto”. Por su parte, Isaías 45:1 declara: “Verdaderamente tú eres Dios que te encubres”. Además, en Deuteronomio 29:29 leemos: “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios”. Y Eclesiastés 11:5 proclama: “Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas”.

Creo que muchas de nuestras preguntas “por qué” tendrán que quedarse sin respuesta por ahora. El apóstol Pablo se refirió al problema de las preguntas sin contestar cuando escribió: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Cor. 13:12). Pablo estaba explicando que no tendremos el cuadro completo hasta que estemos en la Eternidad.

Este es un aspecto clave de la fe cristiana. Más allá de las circunstancias, el plan de Dios es maravilloso, ya que “a los que aman a Dios” todas las cosas que estén en armonía con su voluntad “les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).

Por eso, creo que tal vez no sean el dolor y el sufrimiento en sí los que causan el mayor daño. Lo triste es que nos sentimos confundidos y desilusionados con Dios. Es la ausencia de significado lo que hace que esa situación sea intolerable. No existe una angustia mayor que la que una persona experimenta cuando ha edificado todo su estilo de vida sobre conceptos teológicos que parecen derrumbarse en momentos de tensión y dolor extraordinarios.

¿Llegan momentos como estos para los creyentes fieles? Sí. Pero debemos afrontarlos con fe, sabiendo que “no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana” (1 Cor. 10:13).

El gran peligro en que nos encontramos las personas que experimentamos una tragedia es que Satanás utilizará ese dolor para hacernos creer que Dios nos ha escogido como víctimas. ¡Qué trampa mortal es esa!

Sí, yo estoy afligida aún. Y tengo el corazón quebrantado. Tal vez tú te sientas igual y estés desesperado/a. Solo puedo decirte que debes confiar en Dios. Existe seguridad y descanso en la sabiduría eterna de la Biblia.

El Rey de reyes y Señor de señores no está caminando de un lado a otro por los pasillos del cielo sin saber qué hacer acerca de los problemas que existen en tu vida. Él puso los mundos en el espacio. Él puede tomar en sus manos las cargas que te están agobiando. Y para comenzar, dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Sal. 46:10).

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Ruth Maidana, vive en la ciudad de Neuquén, Argentina, y es miembro de la Iglesia Adventista de Maranatha.

¿Es correcto pedir «señales» a Dios?

¿Es correcto pedir «señales» a Dios?

¿Es correcto pedir «señales» a Dios?

Claves para saber si las decisiones que tomas son correctas.

Hablar del tema de las señales es entrar en un terreno muy personal y subjetivo. Todos hemos escuchado historias de señales dadas por Dios que confirmaron a uno u otro lo que debía hacer. Y podría ser que hayamos experimentado algo similar en nuestra vida. Cuando hablamos de “señales”, una de las primeras historias que viene a nuestra mente se encuentra en Jueces 6, la de Gedeón y el famoso vellón. Repasemos los eventos:

Dios llama a Gedeón para librar a su pueblo. Y Gedeón pide una señal para ratificar ese llamado. Así, presenta una ofrenda en el altar que es consumida por fuego divino. No conforme con esto, unos días después vuelve a pedir a Dios otra señal (la del vellón). Esta segunda señal no lo convencerá tampoco, y lo lleva a pedir una tercera señal (Juec. 6:39, 40).

Este relato nos muestra la débil fe de Gedeón y su insistencia en poner a prueba a Dios. Gedeón no pide señales para saber qué debe hacer. Las que pide son para que Dios pruebe si tiene el poder de hacer lo que promete. Claramente, no es un ejemplo para nosotros.

Aunque en el Antiguo Testamento tenemos algunos otros ejemplos de personas que pidieron señales a Dios, como Jonatán o Eliezer, siervo de Abraham, sería bueno recordar que se trata de tiempos en los que la Palabra de Dios no estaba al alcance de todos, como nosotros la tenemos hoy.

Es bastante normal entre los jóvenes que sus pedidos de señales tengan que ver con el noviazgo, y ese es el contexto del pedido de Eliezer.

La historia íntegra se encuentra en Génesis 24:10 al 21, donde el siervo es enviado a buscar una esposa para Isaac en la tierra donde viven sus parientes. Si bien es cierto que el siervo ora y pide una señal, esta no se trata de eventos sobrenaturales, sino que tiene que ver con una prueba del carácter de la joven. En otras palabras, en lugar de pedir señales, deberíamos mirar el carácter de la persona que nos atrae (entre otras cosas, desde luego, como su fe). Ese fue el caso de Rebeca: demostró tener un espíritu de servicio desinteresado. ¡Y esa fue la señal!

Por otra parte, en el Nuevo Testamento tenemos a personas que se acercaron a Jesús para pedirle señales, a quienes su respuesta siempre fue: “Esta generación mala y adúltera demanda señal. Pero no le será dada otra señal que la del profeta Jonás” (Mat. 12:38; 16:1-4; Juan 6:30). Jonás estuvo, según relata en su libro, tres días en el vientre de un gran pez y luego salió. Así también, Jesús estaría tres días en la sepultura y luego volvería a vivir; ese fue el significado de sus palabras. ¿Por qué Jesús respondió de manera tan dura a ese pedido de los fariseos? “A pesar de haber realizado tantas señales ante ellos, no creían en él” (Juan 12:37).

Jesús había obrado muchos milagros, pero a pesar de esas señales no creían en él. En cierta ocasión, por medio de una historia, dijo lo siguiente: “Si no creen en Moisés y los profetas, tampoco se persuadirán, aunque se levante alguno de los muertos” (Luc. 16:31). Es decir, si no creemos a partir del estudio de la Biblia, no hay señal que alcance para convencernos realmente.

A veces pedimos una señal solo para tener confirmación de la voluntad de Dios cuando en primer lugar deberíamos orar y estudiar la Palabra divina. No podemos pedir a Dios señales sobre cosas para las que él ya ha revelado su voluntad en la Biblia. Si está revelado, entonces es nuestro deber estudiar, orar, reflexionar, usar las capacidades mentales que el Señor nos ha dado, y entonces actuar en función de lo que está escrito. Hacer lo contrario es buscar excusas para poder hacer lo que queremos hacer, o para no tener que pensar.

Dios no nos da todas las respuestas de forma inmediata, en un solo versículo. Hay ocasiones en que debemos profundizar y buscar comprender los principios de la Biblia y cómo se aplican a nuestro caso. Hemos recibido la capacidad para razonar, y la promesa de que su Espíritu nos iluminará el entendimiento a medida que estudiamos su Palabra (Sal. 119:105, 130; 2 Tim. 3:16, 17). Como adventistas, tenemos también los escritos de Elena de White para estudiar en busca de consejo y dirección. También se nos orienta de forma abundante a que pidamos el consejo de otras personas (Prov. 12:15; 19:20, 21; 24:6).

Si ya hemos hecho esto, y aún no está claro cuál sea la mejor decisión por tomar, escuchemos el consejo de Pablo: “La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, enseñando y exhortándoos unos a otros con toda sabiduría. Cantad a Dios salmos, e himnos y canciones espirituales, con gratitud en vuestro corazón. Y todo lo que hagáis, sea de palabra o de hecho, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por él” (Col. 3:16, 17). Hazte luego la siguiente pregunta: si tomo tal o cual decisión, ¿puedo seguir experimentando en mi vida el cumplimiento de este versículo? ¿Puedo hacerlo en el nombre de Jesús? ¿Será Dios glorificado? Si la respuesta es positiva, sigue adelante y confía en que Dios abrirá y cerrará puertas para dirigir tu camino conforme a su voluntad.

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Santiago Fornés, Lic. en Teología y capellán en el Instituto Adventista de Morón, Argentina.

Las reuniones virtuales

Las reuniones virtuales

Las reuniones virtuales

La comunicación a distancia llegó para quedarse en los ámbitos eclesiástico, académico y profesional.

¿Otro Zoom? ¿De nuevo una videollamada? ¿En serio? Sí. Luego de la Pandemia, el mundo ha cambiado. Y, dentro del abanico de modificaciones sustanciales, surgieron las reuniones no presenciales. Más allá de que te agraden o no, lo cierto es que este tipo de encuentros serán cada vez más habituales, dado que ayudan a ahorrar tiempo y dinero.

Hoy, una reunión virtual puede ser la clave para aprobar un examen, para poner en marcha y desarrollar un proyecto o para predicar sobre la Biblia.

Checklist para tener una videollamada de éxito

  • Ten en cuenta el espacio: Una habitación o una oficina en casa bien organizada facilitará tu productividad, y un espacio de trabajo agradable revelará una imagen positiva de tu persona.
  • ¡Ojo con la iluminación!: Lo mejor es hacer una videollamada en un espacio con mucha luz natural. De ese modo, la imagen de tu rostro va a ser nítida y clara. Si es de noche, lo mejor es colocarte frente a una fuente de luz artificial, pero que no sea demasiado intensa.
  • Ten en cuenta la vestimenta: Aunque tengas clases en casa o hagas home office, no te aparezcas en pijamas ni demasiado de entrecasa. Debes proyectar siempre una imagen profesional, aun cuando no haya un código de vestimenta que te obligue a vestir de esa manera.
  • Sé previsor: Si eres el organizador de la reunión, envía con anticipación a los asistentes la agenda de los temas por tratar. Además, deberías tener a mano todos los documentos o archivos que usarás durante la reunión.
  • Revisa la conexión: Para un buen desarrollo de la reunión virtual, es importante el ancho de banda. Verifica que todo funcionen bien.
  • Chequea el audio: Haz una prueba del software antes de la sesión; sobre todo, si es la primera vez que lo utilizas.
  • Considera quiénes están en tu casa: Es probable que un encuentro virtual coincida con la presencia de miembros de la familia en casa. Organiza previamente un plan para que ellos no interrumpan tu presentación con ruidos, pasadas, etc.
  • Mantén una postura erguida: Sentarse bien proyecta señales no verbales de éxito y de un estilo de vida saludable. Al contrario, una postura contraria puede transmitir desinterés y apatía.

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.